Yo soy la puerta de las ovejas
(Juan 10,1-10)
Jesús es el buen pastor que da la vida por sus ovejas porque son suyas. La postura de Jesús no es pura heroicidad o desprecio del peligro: Jesús tembló y sudó sangre ante la muerte que le esperaba. Pero no retrocedió, porque las ovejas eran suyas, como puede serlo un hijo para una madre y para un padre. Y, porque eran suyas, no podía dejarlas solas en el peligro.
Jesús llama esta actitud suya entregar la vida: Yo entrego mi vida para poder recuperarla. En esto consiste la Pascua de Jesús. Es una entrega total. Pero no es una entrega suicida. Puede entregar su vida porque sabe que la va a recuperar. Y, al mismo tiempo, la esperanza de la vida eterna no lo aleja de los suyos, sino que lo acerca más a ellos, hasta compartirlo todo con ellos, incluso su misma muerte. Así nos da ejemplo el Señor de cómo ha de ser nuestra Pascua: ha de ser una esperanza en recuperar la vida que nos anime a entregar nuestra vida a favor de los hermanos. La Eucaristía es el sacramento de la entrega y la resurrección, también de la nuestra, unida a la de Cristo.
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