Yo y el Padre somos uno
(Juan 10, 22-30)
La modestia de Jesús, su sencillez, su falta de ambición personal desconcertaba a muchos judíos, que por otra parte le habían oído hablar y le habían visto actuar. Por eso llegan a pedirle que les diga abiertamente si Él es el Mesías. La respuesta que reciben -y la que también recibimos nosotros- es más clara y atrevida que la misma pregunta: Yo y el Padre somos uno. Con otras palabras: Yo soy Dios, igual que el Dios único y uno con Él.
Quienes pedían claridad la tienen. Jesús no esquiva la respuesta, porque para eso ha venido, para revelar al Padre y para anunciamos que en El ya hemos encontrado a Dios. Nos lo dice con toda claridad, a sabiendas de que esa claridad le va a costar la vida. Los judíos y nosotros teníamos que estar preparados para recibir esta gran revelación porque conocíamos las grandes obras que Jesús había realizado y le conocíamos a Él. Pero también puede haber ambiciones y prejuicios que impiden creer, como les sucedió a algunos judíos.
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