(Juan 21,1-14)
Aquella noche de pesca infructuosa podría haber desembocado en la disgregación del grupo de discípulos y en el final de su trabajo en común. Pero, al amanecer, Jesús estaba con ellos a la orilla del lago. Este bellísimo relato nos dice que, sin la presencia de Cristo resucitado, no hay comunidad cristiana; y que, sin esa presencia, todos los afanes y fatigas de los cristianos sólo pueden producir cansancio y desánimo. Necesitamos tener experiencia de la resurrección de Cristo, la única que da respuesta a nuestros dese de eternizar la vida.
Como aquel discípulo al que el Señor tanto quería, los cristianos, al despuntar el día, hemos de mirar a la orilla, para poder decir, como él: Es el Señor; para sentirle a nuestro lado y empezar la nueva jornada de trabajo, de colaboración con los que viven y trabajan a nuestro lado, con la fuerza y la generosidad que seguramente nos dará su presencia. Necesitamos tener experiencia de la resurrección de Cristo, la única que da respuesta a nuestro deseo de eternizar la vida.
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