Mi carne es verdadera comida y mi sangre, verdadera bebida
(Juan 6, 52-58)
Todo lo que Jesús nos ha venido diciendo estos días anteriores se puede resumir en esta revelación suya: Yo soy el pan de vida. Es decir, su persona misma, sus palabras y sus obras son nuestro verdadero alimento. Cuando Jesús se llamaba a sí mismo pan, pan de vida, es obvio que estaba utilizando una metáfora. Pero hoy ha cambiado de registro. Hoy nos ha hablado de comer su carne y beber su sangre, y hemos entendido que nos estaba hablando del sacramento de la Eucaristía.
Algunos de los allí presentes no entendieron bien estas palabras, porque se decían: ¿Cómo puede éste damos a comer su carne? Estaban empleando la palabra carne en un sentido muy distinto del que le daba Jesús. A veces nosotros también las entendemos de una manera excesivamente material. El cuerpo de Jesús que recibimos en la Eucaristía no es su cuerpo mortal. Es su cuerpo resucitado, que, como dice san Pablo, es un cuerpo espiritual, un cuerpo que ya no está sometido a las leyes del espacio y del tiempo ni a la ley de la muerte. El efecto de la comunión ha de ser, como dice Jesús, que nosotros vivamos en Él y Él en nosotros.
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