“Si el grano de trigo un muere…” Todos
sabemos cómo termina la frase, como también sabemos cómo terminó la vida de
Jesús.
Sábado Santo, un día litúrgicamente vacío, es día de vivir el
dogma de Jesús que desciende a los infiernos, a dar la noticia de la
resurrección a los ya muertos. Solidaridad de todos los hombres en el viejo
Adán, y en el nuevo, que es Cristo.
Hoy, día de revisión profunda para el
catecúmeno que va a actualizar las “renuncias” y “profesión de fe” bautismal en
la cúspide de la Vigilia Pascual. “Que vuestro sí, sea sí; y vuestro no sea
no”.
La figura del día es María, el “resto”
del pueblo de Israel que acoge la “promesa” y el “cumplimiento”. María, Madre
de la iglesia peregrina; bisagra del Antiguo y Nuevo Testamento. Iglesia de la
lª hora y madre ya glorificada. Con María, aurora que anuncia el sol,
aprendemos a esperar y anunciar al sol que nace de lo alto.
Al cristiano se le mide por su hueco
interior, por su capacidad receptiva de lo divino. San Vicente nos dirá:
“Cuando un hombre se vacía de sí mismo, Dios lo llena porque Dios no puede
soportar el vacío.”(Cf XI, l-2). Dios mantiene a la humanidad en un compás de
espera. Esperanza en el Dios de la plenitud que cumple la promesa.
Hoy es el día indicado para pensar en
nuestras vidas… y en nuestras puertas.
Si tuviéramos que describir nuestras puertas: ¿cuáles son las más importantes?
¿Tengo muchas o pocas? ¿O sólo tengo una?
Que durante este Sábado Santo,
acompañados por María, podamos reflexionar y sentirnos acompañados por el Señor
de todas las puertas, de todos los frutos y de todas nuestras vidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario