Parroquia La Milagrosa (Ávila)

viernes, 25 de marzo de 2016

Me amó y se entregó (reflexión viernes santo)



Los cristianos recordamos cada año en el día de Viernes Santo un acontecimiento histórico luctuoso: el suplicio de una muerte ignominiosa aplicada al más justo de los justos, a Jesús de Nazaret. Tuvo como antecedentes inmediatos una serie de sufrimientos morales y espirituales a la altura del suplicio de la cruz, desde la traición de un amigo y discípulo Judas hasta la soledad y el abandono de casi todos los suyos, incluso la aparente indiferencia de Dios: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado” grita Jesús en el desamparo total. Eso es lo que recordamos en el Viernes Santo los cristianos. Pero no sólo lo recordamos sino que lo conmemoramos. No es un puro recuerdo del pasado lleno de sentimientos de pena e indignación, sino que lo actualizamos celebrando en el presente los frutos salvíficos del suplicio de la cruz. Somos salvados por esa muerte en cruz; no tanto por los tremendos sufrimientos de tal suplicio, sino por el amor tan grande que llevó a Jesús a afrontar sin titubeos semejante prueba. La verdad y autenticidad de toda su vida sin fisura alguna fue tal, que nada ni nadie pudo hacerle retroceder ante una muerte en cruz. Es una muerte así, afrontada por amor y pudiéndola haber evitado, lo que corrobora la autenticidad de su vida y salva. Dada la injusticia de ese mundo, si Jesús murió como murió fue porque vivió como murió.

La muerte en cruz de Jesús nos recuerda las muchas cruces y crucificados que siguen existiendo en nuestros día. Aún no se han acabado ni los verdugos ni las víctimas. Sigue habiendo los Judas traidores que venden a sus hermanos por un puñado de dinero, por unos gramos de droga, por una tramposa ilusión de un trabajo inexistente. Sigue habiendo condenas injustas con la complicidad de los Pilatos que se lavan las manos. Sigue habiendo quienes que se reparten la túnica ensangrentada de los condenados a una vida miserablemente inhumana; niños que habiéndoles robado su inocencia se convierten en inmisericordes soldados verdugos y al mismo tiempo en víctimas ignorando a qué señores de la guerra sirven y qué indignos y turbios intereses los manipulan. Sigue habiendo tráfico de personas que denigrándolas hasta convertirlas en objetos despreciables, obtienen sustanciosos beneficios. Sigue habiendo guerras, refugiados, pateras y un mar que los sepulta. Y cristianos que, por serlo, reproducen en sus vidas la misma pasión y cruz y muerte de Jesús

Pero en este mundo en que abundan los crucificados, también hay cireneos que hacen más llevadera la cruz de los injustamente condenados por la vida. También hay verónicas que sienten compasión por crucificados y enjuagan con el paño de su compasión el sudor y sangre de los crucificados por la vida. También hay soldados compasivos que emplean su lanza no para herir más profundo y producir más dolor y muerte, sino para clavar en ella una simple esponja empapada en el vino agridulce de la compasión, e intentan aliviar la sed de justicia de los ajusticiados. Y también hay centuriones que desde su rectitud de conciencia son capaces reconocer la justicia en un condenado; de reconocer que hay crucificados que son “verdaderamente son hijos de Dios”.


Dios calla el Viernes Santo. Quizás para que nosotros hablemos en su lugar y nos pronunciemos a favor de quienes estamos: si del lado de las víctimas o de los verdugos. Si somos misericordiosos o indiferentes. Y en su silencio prologando, Dios se reserva la última palabra hasta el día de Pascua.

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