Isaías 48,17-19
Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar.
Salmo: 1,1-6
El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida.
Mateo 11,16-19
Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado.
Los niños israelitas jugaban a las bodas y a entierros. Cuando jugaban a bodas, unos tocaban la flauta y los demás bailaban. Cuando jugaban a entierros, unos cantaban lamentaciones y los demás tenían que llorar. Pero, de vez en cuando, algunos niños se enfadaban encerraban en sí mismos y no querían bailar ni llorar: eran unos raros.
También en la vida humana y en nuestra relación con Dios hay situaciones que exigen que lloremos y otras que bailemos de alegría. Para cortar con el mal que nos atenaza tenemos que arrepentirnos y llorar: eso fue lo que predicó el Bautista. Y algunos decidieron que aquel juego no tenía nada que ver con ellos. Y cuando escuchamos buenas noticias, como la del nacimiento de Jesús en Belén, hay que bailar de alegría.
Pero, si no lloramos de arrepentimiento ni bailamos de alegría, es señal de que somos unos raros, de que vivimos encerrados en nuestro pequeño mundo, de que somos incapaces de abrirnos a la vida de los demás y al “juego de Dios”.
Entonces, ¿vamos a ser capaces de entrar en ese bendito “juego de Dios” y nos atreveremos a llorar, ahora, en Adviento para bailar jubilosos en Navidad?
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