Isaías 35,1-10
El desierto y el yermo se regocijarán. Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis.
Salmo: 84,9-14
Nuestro Dios viene y nos salvará.
Lucas 5,17-26
Hoy hemos visto cosas admirables.
Según he leído la primera lectura, tan bonita, tan llena de poesía, que nos describe un mundo paradisíaco, donde ya no habrá más dolor, donde el desierto se transforma en un vergel y lo reseco en manantiales, lo primero que me ha venido a la mente ha sido la situación actual de Oriente Medio. Desde Israel a Afganistán, desde Turquía a Sudán, toda una zona convertida desde hace años, muchos años, en un polvorín, y no precisamente a punto de estallar sino más bien estallando periódicamente. Y con las consecuencias de esas explosiones llegando hasta muchos otros países en forma de atentados terroristas. Para serles sinceros, del fondo del corazón me sale decir que esa situación no tiene remedio. ¡Son tantos años sembrando violencia y odio entre unos y otros! Da la impresión de que la espiral de la violencia es ya imposible de parar. No hace más que crecer y crecer sin que nadie, eso parece, la pueda controlar.
Pero leo a continuación el texto del Evangelio, lo dejo que repose en mis oídos y en mi mente. Dejo que me llegue al corazón. Y pienso que Dios puede hacer mucho más de lo que nosotros podemos imaginar. El relato, tan sencillo, de la curación del paralítico, me rompe los esquemas y me abre a una nueva realidad que va más allá de lo humanamente esperable.
El relato es una preciosa conjugación del esfuerzo humano, los amigos que son capaces de hacer un agujero en techo de la casa para llevar al paralítico a la presencia de Jesús, y de la actuación de Jesús, el testigo del amor de Dios para con nosotros, capaz de transformar la realidad de una forma inesperada y nueva. Jesús perdona los pecados y Jesús cura. El paralítico es ahora un hombre nuevo en todos los sentidos. Posiblemente los amigos se habrían conformado con que hubiese vuelto a andar. Pero Jesús, Dios, va más allá en su curación, renovando en plenitud el interior de la persona herida por el dolor y el mal.
Creer es mantener las expectativas abiertas a la acción de Dios, que rompe nuestros esquemas y nos saca de nuestras casillas, que abre un nuevo futuro para nosotros. Creer es situar nuestra esperanza, y nuestra acción y nuestra forma de comportarnos ahora mismo, más allá de lo que la racionalidad nos dice que es posible. Creer es comprometerse ya por la paz y por la superación de la violencia. Aunque eso nos cueste la vida.
Y eso hacerlo en Oriente Medio y en nuestra casa. Sin perder nunca la esperanza aunque no veamos resultados en mucho tiempo.
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