Mateo 10, 17-22
No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre
A primera vista, parece extraño que la Liturgia nos invite a celebrar la fiesta de un mártir justo el día siguiente de Navidad. Lo que la Iglesia pretende con esta fiesta es que, ya desde el Nacimiento del Señor, tengamos delante de los ojos los resultados extraordinarios que produce la salvación que nos trae el Niño de Belén. El Niño Jesús nos ofrece nada menos que la posibilidad de llenarnos del Espíritu de Dios. Hemos oído por dos veces cómo el diácono Esteban hablaba lleno de sabiduría y de Espíritu, y le hemos visto también capaz de cargar con la cruz de su Maestro, una cruz que se anunciaba ya desde Belén. También a nosotros, el Espíritu será quien nos haga comprender la grandeza del Niño al que ayer veíamos recién nacido.
Igualmente, fue gracias al Espíritu de Jesús como san Esteban pudo morir con una gran paz, con la seguridad de que iba a encontrarse con el Señor Jesús, y perdonando a sus verdugos, exactamente como murió Jesús. Celebremos, pues, a nuestro Salvador, que es capaz de transformar tan radicalmente a personas débiles como nosotros.
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