Malaquías 3,1-4; 4,5-6
Mirad, yo envío rni mensajero para que prepare el camino ante mi.
Salmo: 24,4-5.8-10.14
Mirad y levantad la cabeza: se acerca vuestra redención.
Lucas 1,57-66
Isabel dio a luz un hijo. El Señor le había hecho una gran misericordia y la felicitaban.
¿Qué va a ser este niño? se preguntaban todos los que habían venido a felicitar a Isabel y Zacarías por el nacimiento de aquel hijo de una madre considerada estéril. Y ahora el niño recibe un nombre en el que nadie había pensado (en aquella cultura, el nombre quería expresar la realidad de la persona). Con todos estos detalles, san Lucas va estableciendo un paralelo entre Juan y Jesús, y, en definitiva, entre todos los que, como nosotros los cristianos, hemos nacido bajo el signo de Jesús.
Todo el relato del nacimiento del Bautista nos está diciendo que Dios tiene un proyecto particular para cada uno de sus hijos, de una manera parecida a como tuvo un proyecto particular, muy particular, para su propio Hijo. Y ese proyecto tiene que reflejarse en el nombre que el niño -en este caso Juan- recibe en el momento de ser presentado a Dios. En nuestro caso, el nombre que cada uno recibimos en nuestro bautismo, más todavía que una elección humana, es un signo de la elección personal y del proyecto que Dios nos tenía reservado. Igualmente, nuestro nacimiento, como el de Jesús, estuvo marcado por una elección particular por parte de Dios.
Cada día, el Dios de la vida pone el mundo en nuestras manos. Como una nueva criatura. Y sería bueno que nos preguntásemos: “¿Qué llegará a ser este niño?”. Es verdad que hay un pasado que condiciona y un presente con sus limitaciones. Pero Dios es capaz de hacer nuevas todas las cosas. Apoyados en él, estamos llamados a hacer crecer las semillas de vida, de fe, de comunidad, de misión, que él ha sembrado en nosotros.
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