La resurrección de Jesús: acontecimiento y promesa [1/8]
Lo imposible para el hombre puede estar al alcance de Dios, llamado omnipotente. En la realidad concreta no es siempre así, porque el poder de Dios tiene sus propios límites, trazados por su amor y por nuestra libertad. Pero, en este caso, podemos confiar en el poder resucitador de Dios; más aún, debemos hacerlo, con toda la seguridad que nos ofrece la revelación cristiana.
Cuando Jesús responde a los saduceos que «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos» (cf. Me 12,18-27), esta afirmación representa el punto culminante de un largo proceso, en el que ha ido madurando la fe de su pueblo. Para Israel, la esperanza en la resurrección fue el resultado de llevar hasta sus últimas consecuencias la fe en Yahvé como Dios de la creación y de la alianza. Ante la muerte de sus amigos, ese Dios no podía quedar impotente o impasible. Y mucho menos si se trataba de un martirio padecido por su causa, por fidelidad a la Ley y a la Alianza, como en el caso de los Macabeos (cf. 2 Mac 7).
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