Parroquia La Milagrosa (Ávila)

lunes, 13 de abril de 2015

La añoranza del hogar (Resurrección)


La resurrección de Jesús: acontecimiento y promesa [5/8]

Nuestra vida en este mundo se parece a veces a un destierro. Aun sin llegar a situa­ciones extremas (violencia, marginación, so­ledad, enfermedad, vejez...), en nuestro vi­vir cotidiano predomina el tono gris y monó­tono. Nuestras ansias más profundas de amor, libertad y justicia parecen destinadas a quedar insatisfechas; ninguna realización lle­ga a colmarlas. Los momentos de felicidad son más bien raros y efímeros. Cuando lle­gan, pensamos estar en otro mundo.

«En la casa de mi Padre hay muchas moradas... Me voy a prepararos el sitio» (Jn 14,2). La resurrección de Jesús ha abier­to el acceso a un mundo nuevo, donde el hombre encontrará su verdadero hogar; allí podrá, al fin, descansar nuestro corazón in­quieto. En medio de tribulaciones, y con una aguda conciencia de la fragilidad humana, Pablo sabe que «quien resucitó al Señor Je­sús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él juntamente con vosotros» (2Cor 4,14). La resurrección de Cristo consti­tuye, en efecto, la primicia y el modelo de la nuestra (cf. ICor 15,20-22.45-49). Por eso el Apóstol puede exclamar confiado: «si esta tienda, que es nuestra morada terrena, se derrumba, tenemos una morada eterna en el cielo...» (¿Cor 5,1 s). El cielo en que sitúa su esperanza no es un espacio frío y descarna­do, sino el ámbito del encuentro cara a cara con el Señor y del reencuentro feliz con los hermanos (cf. 2Cor 5,6-8).

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