Señor, tú tienes palabras de vida eterna
(Juan 6, 60-69)
Jesús se da cuenta de que su discurso sobre la necesidad de comer su cuerpo y beber su sangre ha producido dudas y vacilaciones, incluso entre sus mismos discípulos. Su respuesta es que todo esto sólo se puede comprender y practicar rectamente con la ayuda del Espíritu Santo. El Espíritu es quien da vida -les dice-, la carne no sirve de nada, incluso la carne del cuerpo de Jesús, que, como la nuestra, era una carne mortal. Para alimentamos con provecho de la carne y la sangre de Cristo, tenemos que hacerla en el Espíritu, es decir, con la ayuda del Espíritu Santo.
El Espíritu nos ayuda a comulgar con la fe firme de que el que nos da su cuerpo como comida ha subido adonde estaba antes, y está ahora con el Padre. El Espíritu nos infunde la esperanza de que esa comunión va a ser para nosotros alimento de vida eterna. Y, finalmente, como decimos en la Misa, el Espíritu es el que puede congregar en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo. Así, con la ayuda del Espíritu, nuestras misas y comuniones serán mucho más que un simple rito o una simple devoción.
Fuente
Hoy es el día de san Marcos. Celebrar esta fiesta es un motivo de gozo. Y más este año que nos está acompañando en la lectura dominical. El párrafo que sigue es una síntesis del artículo mayor de Enric González publicado en El País, el pasado 1 de marzo. Si alguien como él, que se define como no creyente, se declara profundo admirador de su obra, más motivos tenemos nosotros, creyentes, para sentir un profundo agradecimiento a quien puso por primera vez negro sobre blanco la vida de Jesús. De la admiración al agradecimiento.
Construir un relato no es nada fácil, aunque se trate de contar algo realmente acontecido y dispongamos de datos fiables. Incluso si el narrador ha sido testigo ocular de lo que cuenta, necesita atar cabos sueltos, explicar detalles dudosos y, sobre todo, fabricar una coherencia que no existe en la vida real. Y, por supuesto, ha de tener el valor y la lucidez necesarios para aceptar su propia subjetividad. Las historias crecen y se transforman cada vez que se cuentan o se escriben, pero el texto original, el primero, posee una luz característica: la luz de la creación. Por eso me parece admirable el relato que generalmente atribuimos a alguien llamado Marcos, de quien sólo conocemos lo que escribió. No hablo del evangelio de Marcos como creyente, porque no lo soy, sino como devoto admirador de su breve obra literaria. Recomiendo la lectura del relato de Marcos porque, aunque estilísticamente tosca, es dinámica, abunda en intriga y misterios, contiene presencias diabólicas y exorcismos, y concluye de forma desconcertante. El llamado Marcos creó una historia (desconocemos los hechos reales, sólo sabemos lo que él nos cuenta) sobre la que se construyó gran parte de la cultura occidental. Entre los evangelios, es el único que habla de alguien que parece un hombre real y de su tiempo.
A los que crean, les acompañarán estos signos
(Marcos 16,15-20)
Hoy es el día de san Marcos. Celebrar esta fiesta es un motivo de gozo. Y más este año que nos está acompañando en la lectura dominical. El párrafo que sigue es una síntesis del artículo mayor de Enric González publicado en El País, el pasado 1 de marzo. Si alguien como él, que se define como no creyente, se declara profundo admirador de su obra, más motivos tenemos nosotros, creyentes, para sentir un profundo agradecimiento a quien puso por primera vez negro sobre blanco la vida de Jesús. De la admiración al agradecimiento.
Construir un relato no es nada fácil, aunque se trate de contar algo realmente acontecido y dispongamos de datos fiables. Incluso si el narrador ha sido testigo ocular de lo que cuenta, necesita atar cabos sueltos, explicar detalles dudosos y, sobre todo, fabricar una coherencia que no existe en la vida real. Y, por supuesto, ha de tener el valor y la lucidez necesarios para aceptar su propia subjetividad. Las historias crecen y se transforman cada vez que se cuentan o se escriben, pero el texto original, el primero, posee una luz característica: la luz de la creación. Por eso me parece admirable el relato que generalmente atribuimos a alguien llamado Marcos, de quien sólo conocemos lo que escribió. No hablo del evangelio de Marcos como creyente, porque no lo soy, sino como devoto admirador de su breve obra literaria. Recomiendo la lectura del relato de Marcos porque, aunque estilísticamente tosca, es dinámica, abunda en intriga y misterios, contiene presencias diabólicas y exorcismos, y concluye de forma desconcertante. El llamado Marcos creó una historia (desconocemos los hechos reales, sólo sabemos lo que él nos cuenta) sobre la que se construyó gran parte de la cultura occidental. Entre los evangelios, es el único que habla de alguien que parece un hombre real y de su tiempo.
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