Felices seréis si practicáis lo que yo he hecho por vosotros
(Juan 13,16-20)
Lavar los pies era un trabajo de esclavos. La ley rabínica prohibía expresamente al rabino exigir tal servicio de sus discípulos. Por eso, en la Última Cena nadie se levantó a lavar aquellos pies sucios del polvo de las calles y caminos. Jesús sí lo hizo, porque vivía despojado de su rango de Hijo de Dios y tenía plenamente asumida su condición de servidor. Servir era su profesión principal: para eso había venido. A demás, quería dar un ejemplo muy claro a sus discípulos, a los que habían de ser sus enviados, los portadores de la Buena Noticia. Porque anunciar que estamos llamados a servir es una buena noticia. Jesús lo dice expresamente: Puesto que ya sabéis lo que he hecho con vosotros, seréis felices si lo ponéis en práctica.
El ejemplo de Jesús instruye y fortaleza a los discípulos. Los prepara para afrontar las dificultades. Tendrán que vivir la traición, como Jesús mismo sufrió la deslealtad de su discípulo Judas. Jesús prepara a los discípulos para el futuro y los previene. Les confiere la certidumbre de la identificación con él: el que los recibe a ellos, en realidad, lo recibe a él, el que lo recibe a él, recibe, en realidad, al Padre.
La bienaventuranza de Jesús sobre la praxis de sus gestos nos confronta con nuestra actitud. Nos escudriña sobre nuestros sentimientos de dicha en el seguimiento de la praxis servicial de Jesús. ¿Entiendo yo la praxis del servicio? ¿La continúo en mi vida como actitud permanente? ¿Cuáles son mis luchas por el poder clerical, laical, conyugal o familiar?
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