La Noche de Pascua es “noche de vela en honor del Señor” (Éx 12, 42). La Iglesia convoca a todos sus fieles para que en la celebración de la palabra y de los santos misterios revivan el paso pascual del Espíritu Santo que los incorpora a Cristo muerto y resucitado. Como en la las primeras lecturas de los domingos de Cuaresma, los textos de la Vigilia nos recuerdan la historia de amor de Dios hacia la humanidad, que culmina en el Misterio Pascual, cuando Jesús envía sobre los suyos el mismo Espíritu de amor que le une al Padre. Es nuestra propia historia de salvación, como lo expresa la oración de después de la comunión: “Derrama, Señor, sobre nosotros tu Espíritu de caridad, para que vivamos siempre unidos en tu amor los que hemos participado en un mismo sacramento pascual”.
“Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo. Además, como testigos de Dios, resultamos unos embusteros, porque en nuestro testimonio le atribuimos falsamente haber resucitado a Cristo” (1 Cor 15, 14s). San Pablo resalta con estas palabras de manera tajante la importancia que tiene la fe en la resurrección de Jesucristo para el mensaje cristiano en su conjunto, es su fundamento. La fe cristiana se mantiene o cae con la verdad del testimonio de que Cristo ha resucitado de entre los muertos. Si se prescinde de esto… Jesús permanece en una dimensión puramente humana, y su autoridad sólo es válida en la medida en que su mensaje nos convence… Sólo si Jesús ha resucitado ha sucedido algo verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la situación del hombre. Entonces Él, Jesús, se convierte en el criterio del que podemos fiarnos. Pues, ahora, Dios se ha manifestado verdaderamente… La resurrección es el punto decisivo. Que Jesús sólo haya existido o que, en cambio exista también ahora, depende de la resurrección. En el “sí” o en el “no” a esta cuestión no está en juego un acontecimiento más entre otros, sino la figura de Jesús como tal.
De aquí la importancia de la profesión de fe que renovamos esta noche. Creemos en un viviente, nuestro Pastor que nos lleva a la gloria a la que Él llegó primero. Es la noche también de los “sacramentos pascuales”, Bautismo, Confirmación y Eucaristía, que el Señor celebró en sí mismo y que ahora nos entrega para que participemos en ellos, tanto los que son iniciados hoy como los que hacemos memoria de nuestra propia iniciación cristiana, reviviendo todo el proceso iniciático que estuvo en el principio de nuestra vida resucitada y que se resume y revive en cada Eucaristía.
Iniciamos el camino hacia la Pascua buscando “vivificar” nuestro ser, y así hemos confesado los pecados y llegamos a la comunión; ahora hemos de aceptar la gracia de la vida eterna; aceptar resucitar en esta zona de nosotros en la que estamos demasiado muertos: resucitar a la paz, a la fe, a la esperanza, al perdón, al amor y a la alegría. Como los antiguos testigos, el mundo necesita testimonios de hoy, de quienes han pasado por una muerte y que hayan probado una resurrección; personas y comunidades donde se sienta la caridad como el “buen olor de Cristo”, que puedan asegurar con su ejemplo que es posible morir y es posible resucitar.
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