¿Cuántas veces tiene que caerse un niño hasta aprender a andar, o a montar en bicicleta? ¿Cuántas veces tiene que balbucear sonidos hasta que aprende a hablar y comunicarse?
Los intentos son necesarios, forman parte de nuestra vida. Sin ellos jamás podríamos haber alcanzado lo que somos hoy. Sin embargo, ¡Qué poco valor solemos darles! Como si no contáramos con ellos. Como si lo lógico fuera que las cosas salieran tal y cómo deseamos, a la primera, sin ningún esfuerzo.
La cultura del “aquí, ahora, ya” nos lleva a vivir como frustración lo que la vida nos pone por delante una y otra vez: que cada cosa requiere su tiempo, su esfuerzo, su espacio, su lugar…
Vivir desde la lógica de la inmediatez, de los resultados fáciles y rápidos, de la comodidad… es vivir al margen de la realidad. Es no ser capaces de valorar el trabajo, el esfuerzo, que hay detrás de cada cosa. Nos hace vivir, en cierto modo, descorazonados. Al fin y al cabo, todo parece tan fácil, tan sencillo… que no hace falta poner mucho empeño por nuestra parte.
Terminamos poniendo cada vez menos corazón, menos ilusión, menos ganas en aquello en lo que andamos. A la mínima contrariedad, abandonamos. ¿Cuánta alma estábamos entregando entonces? Y cuando nos decidimos a poner corazón en el asunto, a ponerle ganas, a arriesgar de verdad, fácilmente nos encontramos con la frustración porque “no salió como esperaba”, “no lo conseguí”, “no llegué”, “no funciona”… ¿Dónde queda nuestra capacidad de permanecer en el intento, de apostar por aquello en lo que creemos, de resistir entregando dedicación, tiempo, esfuerzo, energías…?
En Jesús encontramos otra clave desde la que situarnos. Él nos invita a no dar nada por perdido, tampoco los intentos. Algunos de los personajes que aparecen en el Evangelio pueden ayudarnos a descubrir esta otra mirada, la de Jesús:
- La viuda pobre (Lc 21,1-4). ¿Qué valor puede haber para esta mujer estas monedas? ¿Cuánto trabajo le ha supuesto conseguirlas? ¿Cuántas esperanzas puede albergar en ellas? Vivir en el intento es tener claro donde dejarnos la vida: nuestro tiempo, esfuerzo, dedicación, energías… ¿A dónde lo llevamos? ¿Dónde nos lleva?
- Un niño con 5 panes y 2 peces (Jn 6, 1-15). ¿Qué actitud hay de fondo en esta entrega? Si esperamos entregarnos solo cuando tenemos asegurado el resultado, nunca llegaremos a hacernos ofrenda, como este niño. Vivir en el intento es poner en juego todo lo que somos.
- Una mujer insistente (Mt 15, 21-28). ¿Cuánto está arriesgando esta mujer con su insistencia? ¿Cuánto valor, cuánta fe, fue capaz Jesús de reconocer en este gesto, para que le llevara a cambiar de parecer?
La vida del mismo Jesús está llena de actitudes como estas desde su nacimiento. ¿A cuántas puertas tuvieron que llamar María y José hasta encontrar el pesebre? ¿Cuántas cosas tuvo que aprender Jesús niño, como cualquier otro niño de su tiempo? ¿Cuánto le llevó aprender el oficio de carpintero o conocer las Escrituras? ¿Cuánto le supuso decidirse a emprender su misión, dejando su casa, su pueblo, sus espacios y gentes conocidas? ¿Cuánta dedicación entregó a sus discípulos, creando vínculos, lazos profundos de una amistad inquebrantable? ¿Con cuánto amor se entregó hasta la muerte por apostar en aquello en lo que creía profundamente? Sí, toda la vida de Jesús nos habla de un vivir constantemente en el intento, apostando el corazón y la vida, con una fidelidad creativa y esperanzada. Incluso los textos sobre la resurrección nos hablan también de este amor, entregado con toda su densidad en cada intento. ¿Cuánta paciencia tuvo que tener aquel extraño compañero de camino para hacer entender las Escrituras a los de Emaús? ¿Cuántas veces tuvo que ayudar a sus discípulos a “recordar” su experiencia primera de encuentro? María al pronunciar su nombre, Pedro en el lago, otros al partir el pan.
Es tiempo de dejarse alentar por el Espíritu del Resucitado. Es tiempo de “recordar” (traer al corazón) también nosotros esas verdades profundas que nos impulsan a creer en la vida, saber que en el fondo merece la pena poner corazón, entregarnos en cada intento, viviendo a fondo cada día.
Oración
Señor, en esta mañana
te pido que hagas de mí pan que se parte,
que se multiplica, que llega a todos,
que sacie todas las hambres
y las hambrunas de aquellos con los que comparto vida y milagros,
especialmente de los que no tienen ni qué comer,
ni dónde trabajar, ni nadie que les quiera
y se siente con ellos a compartir un pedazo de pan.
Señor, te pido que me hagas confiado.
Que cuando mire lo que tengo
y lo que hay vea lo que tú puedes hacer con ello
aunque a mí me parezca que es ridículo,
escaso e imposible dar de comer
a muchos con lo que yo tengo.
Señor, que coja mi vida entre las manos,
dé gracias por ella,
por los infinitos dones que has puesto en mí
y sea capaz de repartirlos a los que me encuentre por el camino.
Que experimente el increíble milagro
de ver cómo sólo lo que se pone en juego
se multiplica y acaba llegando a todos.
Que experimente que sólo en el servir
es posible verte con claridad y hablar de ti
sin pronunciar palabra alguna.
Que con lo que soy y tengo
sacie el hambre de cuantos hambre tengan. Así sea