Parroquia La Milagrosa (Ávila)

domingo, 12 de abril de 2015

Continuidad y ruptura (Resurrección)


La resurrección de Jesús: acontecimiento y promesa [4/8]

La resurrección no es una reanimación del cadáver para que vuelva a la misma vida de antes. Tampoco es una creación de la nada, como si e¡ que muere y el que resucita no fueran la misma persona. Usando el símil de Pablo, entre el grano que se siembra y la planta que brota hay a la vez continuidad y ruptura (cf. ICor 15,35-53). Esta tensión dialéctica aparece, de manera característica, en los relatos postpascuales.

Por una parte, los evangelistas insisten en la identidad: el que sido resucitado y exaltado a la diestra de Dios como Señor y Juez de la historia, es Jesús de Nazaret, el mismo que había sido crucificado. Por eso, los discípulos encuentran su tumba vacía y, cuando se les aparece, pueden ver en su cuerpo las cicatrices del martirio; por eso también, es posible reconocerle en los gestos habituales de la comensalidad y el servicio (Le 24,30s). Por otro lado, sin embargo, la vida del Resucitado se presenta como una realidad totalmente nueva y desconcertante para sus mismos discípulos. Según los relatos evangélicos, en sus primeras reacciones coexisten la alegría y el espanto. Unas veces le confunden con otra persona (Le 24,16ss; Jn 20,15), y otras creen ver un espíritu (Le 24,37). La mirada iluminada por la fe permite reconocer en él al Maestro, pero ya no es posible retenerlo en este mundo (Jn 20,16s; Le 24,31). Es el Señor (cf. Le 24,34), a quien el Padre ha concedido todo poder en el cielo y en la tierra (cf. Mt 28,18). Por ello, su capacidad de comunicación y de presencia desborda los límites del espacio y del tiempo (cf. Mt 28,19), pero esto no basta para calmar la nostalgia que se hace gri­to impaciente: Maraña tha, ven, Señor Je­sús... (cf. 1 Cor 16,22).

El mundo del hombre participa también de su destino eterno. No es como el andamiaje que se abandona al terminar una obra, sino más bien como los materiales que se integran en la construcción de la casa. Todos los bienes que Dios ha creado para el hombre y todo lo que hay de bueno en la misma obra humana está llamado a integrarse en la realidad del Reino consumado.

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