Parroquia La Milagrosa (Ávila)

domingo, 27 de marzo de 2016

Manantial de vida


Venimos del Viernes Santo, el primer compás de la Pascua. El diálogo agónico de Jesús con su Padre desde la Cruz.  Jesús se sintió profundamente amado y de ahí, esa actitud confiada en lo más oscuro de la existencia: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. En Él podemos contemplar el clamor de todas las víctimas de la historia.

Hemos pasado un sábado de silencio meditativo, ampliando nuestra capacidad de acogida honda y profunda,  porque como dice el Papa Francisco Dios nos primerea, nos sorprende con la respuesta misericordiosa de la resurrección y nuestra tarea es la acogida agradecida.

Jesús nos dijo: el Reino de Dios está en medio de nosotros, hay nostalgia de absoluto entre nuestros contemporáneos, hay semillas de resurrección en los trabajos y relaciones cotidianas;  necesitamos sensibilidad y agudeza en la escucha y sinceridad en nuestros diálogos de búsqueda de la verdad para celebrar la PASCUA, el paso del Señor por nuestra vida, no sólo el domingo de resurrección, sino en la Pascua semanal, cuando la comunidad celebra el domingo sin ocaso.

La humanidad con más instrumentos que nunca, hacemos proyectos minúsculos, la fe cristiana y la liturgia nos invita hoy, a celebrar la Resurrección de Jesucristo, como respuesta del Padre-Dios a su Hijo y a la humanidad, es el culmen de la misericordia, fuente y manantial de vida y esperanza para los creyente, anticipa la dimensión escatológica de toda la creación y de la humanidad. “Nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que este anuncio de la Resurrección, responde al anhelo de infinito que hay en todo corazón humano”, EG 165.

Esta acción de Dios Padre resucitando a Jesucristo, expresa un amor desmedido, es la roca firme de nuestra fe, fundamenta el ardor de nuestra caridad y la seguridad de lo que esperamos. Cuando herimos las raíces de la fe se marchita la flor de la esperanza y no se cosecha el fruto de la caridad. ¡Que la alegría del Resucitado sea nuestra fortaleza, la fuente inagotable de nuestra confianza, la hoguera desbordante de nuestra esperanza! Considerar que toda la historia, la creación y la humanidad caminamos hacia esa cúspide, puede ahuyentar de nosotros la indiferencia globalizada que nos paraliza.


La Vigilia Pascual es la madre de todas las celebraciones cristianas, por eso hoy y toda la optaba la celebramos con distintos matizes una y otra vez. En ella se recrea los tres Sacramentos de la  iniciación o fundamentación cristiana: Bautismo, Confirmación, Eucaristía. Nosotros partimos de la oscuridad y de la nada y somos conducidos a la profundidad de la vida del PADRE, que es fuego y  CRISTO que es la Luz.


El Bautismo fue nuestro primer encuentro con Cristo, el manantial de luz y misericordia, simbolizado en el Cirio Pascual; la celebración de  esta Pascua será un canto a la misericordia que ha llegado a nosotros a “lomos de un asno”  en  humildad y sencillez; será un canto de amor hecho servicio y alabanza a ejemplo de María y Jesús. Será el contrapunto de la violencia que nos sofoca y ahoga. Ahora en la cúspide de la Vigilia Pascual renovaremos gozosos las Promesas bautismales y con las candelas en la mano gritaremos la encomienda de Jesús: “Vosotros sois la luz del mundo”. Dichosos vosotros, los misericordiosos, porque alcanzaréis misericordia. En esta Celebración, en toda la Pascua, en toda nuestra vida, daremos juntos gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

sábado, 26 de marzo de 2016

A las puertas de la vida (sentido del Sábado Santo)


“Si el grano de trigo un muere…” Todos sabemos cómo termina la frase, como también sabemos cómo terminó la vida de Jesús.

Sábado Santo, un día litúrgicamente vacío, es día de vivir el dogma de Jesús que desciende a los infiernos, a dar la noticia de la resurrección a los ya muertos. Solidaridad de todos los hombres en el viejo Adán, y en el nuevo, que es Cristo.

Hoy, día de revisión profunda para el catecúmeno que va a actualizar las “renuncias” y “profesión de fe” bautismal en la cúspide de la Vigilia Pascual. “Que vuestro sí, sea sí; y vuestro no sea no”.

La figura del día es María, el “resto” del pueblo de Israel que acoge la “promesa” y el “cumplimiento”. María, Madre de la iglesia peregrina; bisagra del Antiguo y Nuevo Testamento. Iglesia de la lª hora y madre ya glorificada. Con María, aurora que anuncia el sol, aprendemos a esperar y anunciar al sol que nace de lo alto.

Al cristiano se le mide por su hueco interior, por su capacidad receptiva de lo divino. San Vicente nos dirá: “Cuando un hombre se vacía de sí mismo, Dios lo llena porque Dios no puede soportar el vacío.”(Cf XI, l-2). Dios mantiene a la humanidad en un compás de espera. Esperanza en el Dios de la plenitud que cumple la promesa.

Hoy es el día indicado para pensar en nuestras vidas… y  en nuestras puertas. Si tuviéramos que describir nuestras puertas: ¿cuáles son las más importantes? ¿Tengo muchas o pocas? ¿O sólo tengo una?


Que durante este Sábado Santo, acompañados por María, podamos reflexionar y sentirnos acompañados por el Señor de todas las puertas, de todos los frutos y de todas nuestras vidas.

viernes, 25 de marzo de 2016

Me amó y se entregó (reflexión viernes santo)



Los cristianos recordamos cada año en el día de Viernes Santo un acontecimiento histórico luctuoso: el suplicio de una muerte ignominiosa aplicada al más justo de los justos, a Jesús de Nazaret. Tuvo como antecedentes inmediatos una serie de sufrimientos morales y espirituales a la altura del suplicio de la cruz, desde la traición de un amigo y discípulo Judas hasta la soledad y el abandono de casi todos los suyos, incluso la aparente indiferencia de Dios: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado” grita Jesús en el desamparo total. Eso es lo que recordamos en el Viernes Santo los cristianos. Pero no sólo lo recordamos sino que lo conmemoramos. No es un puro recuerdo del pasado lleno de sentimientos de pena e indignación, sino que lo actualizamos celebrando en el presente los frutos salvíficos del suplicio de la cruz. Somos salvados por esa muerte en cruz; no tanto por los tremendos sufrimientos de tal suplicio, sino por el amor tan grande que llevó a Jesús a afrontar sin titubeos semejante prueba. La verdad y autenticidad de toda su vida sin fisura alguna fue tal, que nada ni nadie pudo hacerle retroceder ante una muerte en cruz. Es una muerte así, afrontada por amor y pudiéndola haber evitado, lo que corrobora la autenticidad de su vida y salva. Dada la injusticia de ese mundo, si Jesús murió como murió fue porque vivió como murió.

La muerte en cruz de Jesús nos recuerda las muchas cruces y crucificados que siguen existiendo en nuestros día. Aún no se han acabado ni los verdugos ni las víctimas. Sigue habiendo los Judas traidores que venden a sus hermanos por un puñado de dinero, por unos gramos de droga, por una tramposa ilusión de un trabajo inexistente. Sigue habiendo condenas injustas con la complicidad de los Pilatos que se lavan las manos. Sigue habiendo quienes que se reparten la túnica ensangrentada de los condenados a una vida miserablemente inhumana; niños que habiéndoles robado su inocencia se convierten en inmisericordes soldados verdugos y al mismo tiempo en víctimas ignorando a qué señores de la guerra sirven y qué indignos y turbios intereses los manipulan. Sigue habiendo tráfico de personas que denigrándolas hasta convertirlas en objetos despreciables, obtienen sustanciosos beneficios. Sigue habiendo guerras, refugiados, pateras y un mar que los sepulta. Y cristianos que, por serlo, reproducen en sus vidas la misma pasión y cruz y muerte de Jesús

Pero en este mundo en que abundan los crucificados, también hay cireneos que hacen más llevadera la cruz de los injustamente condenados por la vida. También hay verónicas que sienten compasión por crucificados y enjuagan con el paño de su compasión el sudor y sangre de los crucificados por la vida. También hay soldados compasivos que emplean su lanza no para herir más profundo y producir más dolor y muerte, sino para clavar en ella una simple esponja empapada en el vino agridulce de la compasión, e intentan aliviar la sed de justicia de los ajusticiados. Y también hay centuriones que desde su rectitud de conciencia son capaces reconocer la justicia en un condenado; de reconocer que hay crucificados que son “verdaderamente son hijos de Dios”.


Dios calla el Viernes Santo. Quizás para que nosotros hablemos en su lugar y nos pronunciemos a favor de quienes estamos: si del lado de las víctimas o de los verdugos. Si somos misericordiosos o indiferentes. Y en su silencio prologando, Dios se reserva la última palabra hasta el día de Pascua.

Viacrucis para contemplar



I  ESTACION
JESUS ES CONDENADO A MORIR
II  ESTACION
 JESUS CARGA CON SU CRUZ

III ESTACION
 JESUS CAE POR PRIMERA VEZ

IV ESTACION
 JESUS SE ENCUENTRA CON SU MADRE
V ESTACION
 JESUS ES AYUDADO POR SIMON DE CYRENE
VI ESTACION
 VERONICA SECA LA CARA DE JESUS
VII ESTACION
 JESUS CAE POR SEGUNDA VEZ
VIII ESTACION
 JESUS HABLA A LA MUJERES DE JERUSALEN
IX ESTACION
 JESUS CAE POR TERCERA VEZ
X ESTACION
 JESUS DESNUDADO DE SUSVESTIDURAS
XI ESTACION
 JESUS ES CLAVADO EN LA CRUZ
XII ESTACION
 JESUS MUERE EN LA CRUZ
XIII ESTACION
 JESUS ES BAJADO DE LA CRUZ
XIV ESTACION
 JESUS ES DEJADO EN LA SEPULTURA




miércoles, 23 de marzo de 2016

Al atardecer llegó con los Doce (Reflexión Jueves Santo)


Mc 14, 17

En el relato de Marcos sobre los preparativos de la cena pascual, hay un significativo desplazamiento de lenguaje. El texto comienza diciendo: «El primer día de los ázimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, le dicen los discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?… » (Mc 14,12). Sin embargo, cuando es Jesús quien da las instrucciones para el dueño de la casa, habla de «cenar con mis discípulos», desaparecen las alusiones a lo litúrgico y no hay ya ni una palabra sobre ázimos, cordero, hierbas amargas, oraciones o textos bíblicos: solo pan y vino, lo esencial en una comida familiar. Quiere cenar con los suyos y para eso necesitan encontrar una sala en la que haya espacio para estar juntos: ese es el único objetivo que permanece y que Lucas subraya aún con más fuerza « ¡Cuánto he deseado cenar con vosotros esta Pascua! » (Lc 22, 15). El «con vosotros»es más intenso que la conmemoración del pasado, lo ritual deja paso a los gestos elementales que se hacen entre amigos: compartir el pan, beber de la misma copa, disfrutar de la mutua intimidad, entrar en el ámbito de las confidencias.

Su relación con ellos venía de lejos: llevaban largo tiempo caminando, descansando y comiendo juntos, compartiendo alegrías y rechazos, hablando de las cosas del Reino. Él buscaba su compañía, excepto cuando se marchaba solo a orar: había en él una atracción poderosa hacia la soledad y a la vez una necesidad irresistible de contar con los suyos como amigos y confidentes. Al principio ellos creyeron merecerlo: al fin y al cabo lo habían dejado todo para seguirle y se sentían orgullosos de haber dado aquel paso; les parecía natural que el Maestro tomara partido por ellos, como cuando los acusaron de coger espigas en sábado y él los defendió (Mc 2,23-27); o cuando el mar en tempestad casi hundía su barca y él le ordenó enmudecer (Mc 4,35-41); o cuando volvieron exhaustos de recorrer las aldeas y se los llevó a un lugar solitario para que descansaran (Mc 6,30-31).

Sin embargo, las cosas que él decía y las conductas insólitas que esperaba de ellos les resultaban ajenas a su manera de pensar y de sentir, a sus deseos, ambiciones y discordias y una distancia en apariencia insalvable se iba creando entre ellos: le sentían a veces como un extraño venido de un país lejano que les hablaba en un lenguaje incomprensible.

Pero aunque ninguno de ellos se sentía capaz de salvar aquella distancia, Jesús encontraba siempre la manera de hacerlo. El día en que admiró la fe de los que descolgaron por el tejado al paralítico (Mc 2,5), estaba en el fondo reconociéndose a sí mismo: también él removía obstáculos con tal de no estar separado de los suyos y nada le impedía seguir contando con su presencia y con su compañía, como si los necesitara hasta para respirar. Ellos se comportaban tal y como eran, más ocupados en sus pequeñas rencillas de poder que en escucharle, más interesados en lo inmediato que en acoger sus palabras, torpes de corazón a la hora de entenderlas. Pero él se había ido inmunizando contra la decepción: los quería tal como eran sin poderlo remediar, los disculpaba, seguía confiando en ellos.

«Todos vais a tropezar, como está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño» (Mc 14,27), dijo durante la cena. No habló de culpa, ni de abandono, ni de traición: eran amigos frágiles que tropezaban y no se puede culpar a un rebaño desorientado cuando se dispersa y se pierde. Sabía que iban a abandonarle pronto y que, si no habían sido capaces de comprenderle cuando les hablaba de sufrimiento y de muerte, tampoco lo serían para afrontarlo a su lado, pero sobre sus hombros no pesaba carga alguna de reproches o de recriminaciones. Libre de toda exigencia de que correspondieran a su amor, estaba seguro de que, lo mismo que su abandono en el Padre le daría fuerza para enfrentar su hora, aquel extraño apego que sentía por los suyos sería más fuerte que su decepción por su torpeza.

Y seguiría considerándolos amigos, también cuando uno de ellos llegara al huerto para entregarle con un beso.