Parroquia La Milagrosa (Ávila)

viernes, 29 de mayo de 2015

Si se puede (Santísima Trinidad)


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
(Mateo 28, 16-20)

Cuando se habla con mucho énfasis de la importancia que tiene la Trinidad en la vida espiritual de cada cristiano, se está dando una idea falsa de Dios. Lo único que nos proporciona la explicación trinitaria de Dios es una serie de imágenes útiles para nuestra imaginación, pero nunca debemos olvidar que son imágenes. Por ejemplo, cuando decimos que  la Trinidad son “tres en uno “ expresamos torpemente que Dios es una realidad que  experimentamos como relación. 

Debemos superar la idea de que "crea" el Padre, "salva" el Hijo y "santifica" el Espíritu. Esta manera de hablar es metafórica. Todo en nosotros es obra del único Dios. ¿Qué sentido puede tener, dirigir las oraciones al Padre creyendo que es distinto del Hijo y del Espíritu?

Lo que experimentaron los primeros cristianos es que Dios podía ser a la vez y sin contradicción: Dios que está por encima de nosotros (Padre); Dios que se hace uno de nosotros (Hijo); Dios que se identifica con cada uno de nosotros (Espíritu). Tal experiencia nos está hablando de un Dios que no se encierra en sí mismo, sino que se relaciona dándose totalmente a todos y a la vez permaneciendo Él mismo. Un Dios que está por encima de lo uno y de lo múltiple. El pueblo judío no era un pueblo filósofo, sino vitalista. Jesús nos enseñó que, para experimentar a Dios, el hombre tiene que aprender a mirar dentro de sí mismo (Espíritu), mirar a los demás (Hijo) y mirar a lo trascendente (Padre).

Lo más importante en esta fiesta que estamos celebrando, sería el purificar nuestra idea de Dios y ajustarla cada vez más a la idea que de Él quiso transmitirnos Jesús. Aquí sí que tenemos una amplia tarea por hacer. La experiencia pascual consistió en llegar a la misma vivencia interna de Dios que tuvo Jesús. Lo que intentó Jesús con su predicación y con su vida, fue hacer partícipes a sus seguidores de esa vivencia.

La Trinidad es comunidad y Buena Noticia. El hombre que busca a Dios, su crecimiento, su liberación…, puede encontrar en la historia y en su historia personal, su presencia como Padre/Madre que siempre está a su lado. Puede sentirse hermano de Jesús y de los demás hombres, porque todos somos hijos. Puede encontrar la felicidad, dejándose llevar por el Espíritu que es viento, que nos hace saber que no está logrado todo y  que hay que seguir luchando, por el desarrollo de toda la humanidad y el nuestro propio.

Sí se puede - S. Trinidad B 

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viernes, 22 de mayo de 2015

Bienvenida al Espíritu Santo


ECLESALIA, 22/05/15.- Del Espíritu nos hablan Mateo, Juan así como Lucas en los Hechos, al menos en tres ocasiones; y Pablo en sus cartas a los  Corintios y Gálatas. El término parakletos, que literalmente significa “aquel que es invocado”, significan cosas tan reconfortantes como mediador, defensor, consolador, el que viene en nuestra ayuda. Es la fuerza de Dios que nos transforma para infundir amor por encima de nuestras debilidades y miserias. Es, en definitiva, el que nos da luz y fuerza para mantenernos en  la esperanza y firmes en la fe del amor.

Confieso que durante años, el Espíritu Santo era el gran desconocido para mí. Poco a poco, ha ido revelándose hasta resultar una experiencia de Dios maravillosa. Como dice el papa Francisco, es el Espíritu Santo el que permite al cristiano el tener la “memoria” de la historia y de los dones recibidos por Dios.

En Pentecostés (el quincuagésimo día después de la Pascua de Resurrección) que a su vez tiene el trasfondo de la fiesta judía de la manifestación de Dios en el Sinaí, el Espíritu Santo al descender sobre los apóstoles, les hace salir de sí mismos para convertirlos en testigos de las maravillas de Dios. Y esta transformación obrada por el Espíritu se refleja en la multitud que acudió al lugar y que provenía “de todas las naciones”, porque todo el mundo escucha las palabras de los apóstoles como si estuvieran pronunciadas en su propia lengua.

Éste es un efecto esencial de la acción del Espíritu que guía y anima el anuncio del Evangelio: la unidad, la comunión. Es la contraposición a Babel como signo de la soberbia y el orgullo del hombre que quería construir con sus propias fuerzas, sin Dios, “una ciudad y una torre cuya cúspide llegara hasta el cielo”. Aunque la mayoría prescinde de que el Espíritu Santo vive dentro de nosotros y que lo hemos apagado hasta negar de manera práctica su existencia tan real como nuestra vida.

Pero los cristianos de Occidente tenemos un problema: vemos este domingo como una fiesta más de la Iglesia, fiesta de precepto (qué lenguaje, Dios mío) y festivo laboralmente hablando. Pero no es una festividad religiosa más, sino uno de los grandes días del año, en el que recordamos y proclamamos la fuerza de Dios-Amor irrumpiendo en el mundo a través de aquellas pobres criaturas humanas, acobardadas y con poca fe, los mismos que en el relato de la Ascensión todavía le preguntan a Cristo si era ese el momento en que iba a darse, por fin, la liberación política de Israel. Una fiesta que nos interpela con amor nuestra falta de fe y por tanto de valentía para la denuncia profética y el compromiso con la Buena Nueva. En Pentecostés se derrama la victoria de la Resurrección a toda la humanidad de la mano de los cristianos abiertos al amor de Dios solidaria y responsablemente. Es el gran día que debiera convertirse en el signo de la iluminación del mundo sobre las tinieblas. El chispazo que alumbre el triunfo del amor sobre todo lo demás.

Por muy pobre que nuestro bagaje de amor, solo encontraremos en el Dios de Pentecostés su fuerza sanadora y transformadora buscando lo mejor de cada persona. Es la única petición que Dios concede siempre: la revelación a quien se la pide con fe. Es decir, con ganas: Dios no cumplirá todos nuestros deseos, como cualquier madre o padre sensato, pero sí cumple todas sus promesas; y una de las más claras es que “Mi Padre dará el Espíritu Santo a quien se lo pida”.

En esta sociedad tan materialista y a la vez tan golpeada por la crisis de valores, llena de lázaros abandonados a su suerte, Dios nos renueva su fidelidad invitándonos a despertar el amor inmenso que late en nuestro interior como la fuerza del Espíritu Santo. Un tesoro dormido por la mediocridad, el egoísmo y la desesperanza. Ante una nueva fiesta de Pentecostés, dejémonos invadir por el Espíritu. Es la mejor oración, lo que más necesitamos para nosotros y para irradiar a este mundo desnortado. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

GABRIEL Mª OTALORA
gabriel.otalora@outlook.com
BILBAO (VIZCAYA)

jueves, 21 de mayo de 2015

No estamos solos (Domingo de Pentecostés)


Recibid el Espíritu Santo
(Juan 20, 19-23)

Celebramos hoy la fiesta solemne de Pentecostés cincuenta días después de la Pascua. Fiesta del Espíritu Santo y de la «inauguración» de la misión de la Iglesia.

Juan presenta dos escenas en contraste. En primer lugar, los discípulos encerrados en una casa, llenos de miedo y al anochecer. En segundo lugar, la presencia de Jesús que les comunica la paz, les muestra sus heridas como signo de su presencia real, se llenan de alegría y Jesús les comunica el Espíritu que los cualifica para la misión. El miedo, la oscuridad y el encerramiento de «la casa interior» se transforman ahora con la presencia de Jesús en paz, alegría y envío misionero. Son signos tangibles de la acción misteriosa y transformante del Espíritu en el interior del creyente y de la comunidad. Resurrección, ascensión, irrupción del Espíritu y misión eclesial aparecen aquí íntimamente articuladas. No son momentos aislados sino simultáneos, progresivos y dinamizadores en la comunidad creyente.

Jesús cumple sus promesas. Les ha prometido a sus discípulos que pronto regresará, que nos les dejará solos. Les ha dicho que el Espíritu Santo de Dios les asistirá para que entiendan todo lo que él les ha anunciado. Así lo hace. Ahora les comunica el Espíritu que todo lo crea y lo hace nuevo. Jesús sopla sobre ellos como Dios sopló para crear al ser humano. Ellos son las personas nuevas de la creación restaurada por la entrega amorosa de Jesús.

La violencia, la injusticia, la miseria y la corrupción puede que nos llenen de miedo, desaliento y desesperanza. No vemos salidas y preferimos encerrarnos en nuestros asuntos individuales y olvidarnos del gran asunto de Jesús. Entonces es cuando él irrumpe en nuestro interior, traspasa las puertas del corazón e ilumina el entendimiento para que comprendamos que no nos ha abandonado. El sigue presente en la vida del creyente y en el seno de la comunidad. Sigue actuando a través de muchas personas y organizaciones que se comprometen para seguir luchando a favor del ser humano. El Espíritu de Dios sigue actuando en la historia aunque aparentemente no lo percibamos.  

¿Qué signos de la presencia dinamizadora del Espíritu de Dios podemos percibir en nuestra vida personal, familiar y comunitaria? ¿Qué podemos hacer para descubrir y potenciar los dones y ministerios que el Espíritu sigue suscitando en personas y comunidades?

Fuente

Enviados a compartir vida - Pentecostés B 

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Ven Espíritu Santo (Vigilia de Pentecostés)


Empújanos con tu fuerza,
dinamízanos con tu viento,
danos tu sabiduría,
despiértanos con tu música,
muévenos con tu energía,
fraternízanos con tu amor,
tu puedes hacernos bailar con tu melodía,




miércoles, 20 de mayo de 2015

Cerca del corazón (Sábado de la 7ª Semana)


Este es el discípulo que ha escrito todo esto
 (Juan 21,20-25)

Este último episodio del evangelio de san Juan está centrado en la figura del discípulo a quien Jesús tanto quería. Pedro recibió el encargo de pastorear el rebaño del Señor. A Juan, el redactor de este capítulo último lo presenta como el mismo que en la última cena se había recostado en el seno de Jesús. Recostarse en el seno de Jesús es una forma muy expresiva de describir la intimidad del discípulo con su Maestro. También de Jesús decía el Prólogo del cuarto evangelio (Juan 1, 18) que está en el seno del Padre. Son las dos únicas veces que aparece esta expresión.

Unión personal con el Maestro y servicio a los hermanos son los dos rasgos que distinguen a los discípulos. Una sola vocación de amigos y apóstoles de Jesús y dos carismas distintos. Dos formas de seguimiento del mismo Maestro y dos maneras de servir a la comunidad. El servicio de Pedro consiste en velar por la comunidad cristiana. El servicio de Juan consiste en mostrar a esa misma comunidad el ejemplo de una relación privilegiada con Jesús. Y esta misma relación se nos ofrece a todos los que hemos sido llamados por Él.

El pescador pescado (Viernes de la 7ª Semana)


Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas
(Juan 21,15-19)

La triple pregunta de Cristo a Pedro se puede resumir en estas pocas palabras: Si me quieres, quiere a mis hermanos. Un padre o una madre no hablaría de otra manera: si me quieres, quiere a mis hijos. Es la lógica impecable del amor. No es difícil imaginar con qué emoción guardaría san Pedro en su corazón la triple pregunta del Señor: como un verdadero testamento. Y lo es. Es el testamento que Cristo resucitado deja a Pedro y a cada uno de sus discípulos: queremos a Jesús nuestro Salvador y, porque le queremos, queremos también a todos los que Él ha querido salvar, sobre todo a los más débiles y necesitados. Ésta es la última voluntad de Jesús. Cumpliéndola, seremos fieles a nuestra vocación cristiana.

¡Qué lejos queda de este testamento de Jesús concebir a la comunidad de creyentes, o sea, a la Iglesia, como una especie de supermercado al que se acude cuando necesitamos algo: un bautizo, una boda o un funeral! Eso lo podemos pedir porque somos miembros de la comunidad. Pero además -y sobre todo- cada uno hemos recibido de Jesús este encargo, esta misión: ocuparnos de nuestros hermanos, y así continuar la obra salvadora de Jesús.
 .

martes, 19 de mayo de 2015

Solo el amor es digno de fe (Jueves de la 7ª Semana)


Que sean completamente uno
(Juan 17, 20-26)

La unión que Cristo espera de nosotros, sus discípulos, es una unión en el amor, a imagen del amor que hace que las tres Personas no sean más que un solo Dios: Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros. Dios es amor y sólo podremos ser testigos de Dios si vivimos unidos por el amor, por el verdadero amor, que es el que viene de Dios y nos une con Dios. Porque sólo el amor es digno de fe.

Nuestra unión no puede consistir en meras declaraciones verbales. Menos aún se logra imponiendo la uniformidad entre los creyentes.

San Agustín tradujo muy bien este mandamiento del Señor cuando pidió: En las cosas necesarias -como son el amor mutuo y la fidelidad a la Palabra de Dios- debe reinar la unidad; en otros temas, la libertad; y siempre la caridad, o sea, el amor. El mundo, que no ha conocido al Padre, busca la unidad por otros caminos. Los que hemos recibido la revelación de que Dios es amor, creemos que la verdadera unión sólo puede estar basada en el amor. Que Dios nos ayude a progresar en este amor y en esta unión.

lunes, 18 de mayo de 2015

Guiados por su palabra (Miércoles de la 7ª Semana)


Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo
(Juan 17, 11b-19)

En estas palabras de su oración sacerdotal, Jesús nos revela cómo tiene que ser nuestra relación con el mundo. Se trata de una relación muy compleja, como acabamos de escuchar. Para empezar, Jesús nos dice que lo normal es que el mundo nos odie. Por dos motivos: el primero porque tenemos la palabra de Jesús y nos guiamos por ella; el segundo, porque no somos del mundo, ya que no compartimos ni sus criterios ni sus proyectos ni, menos aún, sus luchas inspiradas en el egoísmo.

Pero, aunque no seamos del mundo, no por ello quiere Jesús que nos retiremos del mundo, sino que, como Él, estemos plenamente encarnados en nuestra humanidad y, así, compartamos las alegrías y las tristezas de nuestros hermanos. Por eso, Jesús nos envía al mundo, como Él mismo fue enviado al mundo por el Padre. Quiere, pues, que vayamos al mundo como enviados, como anunciadores de su Buena Noticia, no por nuestra propia cuenta, porque entonces terminaríamos pareciéndonos al mundo y no podríamos ayudarlo en nada. Pidámosle al Señor esta difícil fidelidad a su Palabra. 

domingo, 17 de mayo de 2015

Eternizar la vida (Martes de la 7ª Semana)


Padre, glorifica a tu Hijo
(Juan 17, 1-11a)

Estas palabras de Jesús que acabamos de escuchar son el comienzo de lo que se llama la oración sacerdotal de Jesús, oración que pronunció cuando estaba ya próximo a la consumación de su ofrecimiento total por nosotros. En ella, oración y vida son una misma cosa. En su oración Jesús ruega primero por sí mismo, como hacemos nosotros también. Jesús lo hace en actitud sumisa, en situación de necesidad, como cualquier hombre necesitado ante Dios. Y pide ser glorificado por el Padre.

Pero Jesús entiende la gloria de una manera completamente distinta a la nuestra. La gloria que Jesús pide para sí es la misma gloria que Él desea ofrecer al Padre y que consiste en dar la vida eterna a los hermanos que el Padre le ha confiado, es decir, a nosotros. La gloria de Cristo y la gloria de Dios se alcanzan cuando llegamos a tener una vida auténticamente humana y divina, vida sin fin ya desde ahora. Por eso Jesús, en su oración, además de orar por sí mismo, ora también por nosotros, para que lleguemos a conocer al Padre y a su enviado, Jesucristo.

sábado, 16 de mayo de 2015

Valientes y confiados (Lunes de la 7ª Semana)


¡Tened valor! Yo he vencido al mundo
(Juan 16, 29-33)

Ahora sí que hablas claro, le dicen por fin los discípulos al Señor. Jesús había sido siempre un enigma para ellos: una persona tan sencilla, tan igual a todo el mundo y, al mismo tiempo, de una bondad y un amor inimaginables y con unos destellos de poder asombrosos. No acababan de entenderlo. Pero, en esta sobremesa de la Última Cena, han escuchado la gran revelación: Salí del Padre y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y me voy al Padre. Ahora sí que está todo claro.

A Jesús sólo se le puede entender desde su punto de origen, que es Dios. Lo mismo que su gran desafío de aceptar la cruz y la muerte tampoco se pueden entender si no es desde su absoluta seguridad de que volvía al Padre. Aquí está la clave para entender a Jesús. E, igualmente, ésta es también la clave para entender nuestra vida: Dios es la fuente de la que hemos brotado y el océano inmenso de vida en el que vamos a desembocar.

viernes, 15 de mayo de 2015

Hacer del mundo una fraternidad (La Ascensión del Señor, 7º domingo de Pascua)


A los que crean les acompañaran signos
(Marcos 16, 15-20)

Jesús se despide de los discípulos definitivamente con un encargo: «Id por el mundo entero a proclamar el mensaje por todas partes». De ahora en adelante no deberán limitarse al pueblo judío, pues el mensaje de Jesús es universalista y mira a la humanidad entera. Ya no hay un pueblo elegido, sino que es toda la humanidad la elegida y destinada a experimentar la salvación de Dios. Además no habrá lugar donde no se deba anunciar este mensaje de resurrección y vida de Jesús: hay que proclamarlo «por todas partes». Ningún rincón de la tierra, ningún país, ningún grupo de personas estará excluido en principio del reino, pues Jesús ha venido para que no haya excluidos del pueblo ni pueblos excluidos.

Pero la tarea iniciada por Jesús de hacer del mundo una fraternidad que confiese a un solo Dios como Padre y considere que todos somos hermanos queda aún por completar. Seremos sus discípulos quienes anunciemos que hay que cambiar de mente -convertirse- y sumergir en las aguas de la muerte nuestra vida de pecado -bautizarse- para llegar a la orilla de una comunidad donde todos entienden a Dios como Padre y se consideran hermanos unos de otros, o lo que es igual, libres para amar, iguales sin perder la propia identidad, siempre abiertos y dispuestos a acoger al otro, aunque no sea de los nuestros, y solidarios.

Para ello contamos con la ayuda de Jesús, cuyos signos de poder nos acompañarán: podremos arrojar los demonios de las falsas ideologías que no conducen a la felicidad, seremos capaces de comunicar el mensaje de amor a todos, hablando lenguas nuevas, el maligno no tendrá poder sobre nosotros -ni las serpientes ni el veneno nos harán daño- y pasaremos por la vida remediando tanto dolor humano.

Este es el legado que nos dejó Jesús antes de irse con Dios, con un Dios que, desde que Jesús se bautizó en el Jordán, no habita ya en lo alto del cielo sino que anida en lo profundo del ser humano, convertido desde el bautismo de Jesús en el nido y templo de un Dios, antes llamado «altísimo», pero a quien Jesús nos enseñó a llamar «Padre» con lo que evoca esta palabra de entrega, amor y comunicación de vida. 

En el libro de los Hechos se nos recuerda que la misión del discípulo y de la comunidad cristiana es universal y centrífuga: Ningún país, ninguna lengua, ninguna raza o cultura debe quedar sin que se le anuncie la buena noticia. 

jueves, 14 de mayo de 2015

En su nombre (Sábado de la 6ª Semana)


El Padre os quiere, porque vosotros me queréis y habéis creído
(Juan 16, 23b-28)

Y, por eso, está dispuesto a damos todo lo que tiene. Como todo buen padre. Pero a veces los hijos piden cosas que no son las mejores, incluso cosas que les pueden perjudicar. ¿Cómo pedir al Padre del cielo lo mejor que tiene, que será lo mejor para nosotros? Jesús nos indica cómo tenemos que hacerlo: Si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Así lo hace la Liturgia cristiana: Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo...

Pero esto que nos indica Jesús va mucho más allá de una simple fórmula. El nombre de Jesús (Dios salva) se lo puso el Padre e indica no sólo la misión que le fue confiada sino su misma personalidad. Pedir en nombre de Jesús es pedir identificándonos con su persona, con sus sentimientos, con sus palabras, con su manera de actuar para salvarnos. Obviamente, hay cosas que no se pueden pedir en nombre de Jesús. Al orar podríamos preguntamos: ¿Esto lo pidió Jesús al Padre alguna vez? ¿Esto lo pediría Jesús? Si pedimos de verdad en nombre de Jesús, seguro que el Padre nos lo concederá, porque será para nuestro bien. 

A nuestro lado (Viernes de la 6ª Semana)


Se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría
(Juan 16, 20-23a)

Para muchas personas la vida cristiana es sinónimo de miedo o de sentimiento de culpabilidad, como si el cristianismo consistiera en amenazas de condenación eterna o en una continua inculpación por nuestros pecados. Jesús, en cambio, dice: Nadie os quitará vuestra alegría. Para Jesús la vida de sus discípulos tiene que estar continuamente anclada en la alegría. En una alegría cuyo fundamento nunca podrá fallar porque se apoya en su presencia continua a nuestro lado: Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, nos dice el Señor.

En esto ha de consistir principalmente nuestra oración de cada día: en hacemos conscientes de que el Señor está a nuestro lado y sacar de ahí nuestra fuerza y nuestra alegría. Porque tendremos dificultades y también habremos de sacrificamos para traer vida a este mundo, como la mujer que da a luz. Pero eso es perfectamente compatible con la alegría profunda. Pidámosela al Señor. 

Vida plena (Jueves de la 6ª Semana)



Dentro de poco, ya no me veréis; y dentro de otro poco, me veréis
(Juan 16, 16-20)

Dentro de poco, los discípulos ya no verán más a Jesús en carne mortal porque pasará por la muerte, como pasamos todos. Pero poco después lo volverán a ver porque Jesús va al Padre, entrará en la vida plena. Ellos seguirán en este mundo proclamando la misma Buena Noticia de Jesús. Y, para cumplir esa misión, recibirán al Espíritu Santo. Es decir, se consumará la comunicación de Dios a la humanidad.

La obra de la salvación de la humanidad y de cada uno de nosotros ya está realizándose. Éste será el motivo profundo de la alegría de Jesús. Y ésta será también la gran alegría de cada uno de sus discípulos. Esta alegría no es un sentimiento añadido: es el corazón mismo de la existencia cristiana. Pidamos al Señor hacemos conscientes de estos grandes acontecimientos que se están realizando en nuestra vida y poder comunicar con sencillez y con entera convicción esta misma alegría a nuestros hermanos.
Fuente

San Matías, apóstol

Permaneced en mi amor
(Juan 15,9-17)

“Permanecer” es un verbo que parece difícil conjugar con el estilo de vida contemporáneo. ¿Se puede permanecer en un trabajo durante mucho tiempo? ¿Permanece contra viento y marea una relación de amistad? ¿Puede permanecer una promesa dada frente a las adversidades? ¿Permanecen los compromisos políticos con el electorado sobre los intereses partidistas? ¿Permanece el “si, te quiero” para siempre?¿O todo depende?

Necesitamos “permanecer” en medio del viaje de nuestra existencia, porque la permanencia nos da estabilidad, seguridad y confianza. Tres veces nos dice hoy Jesús “permaneced en mi amor”. El evangelista utiliza la forma imperativa, por lo que no es un consejo, sino una orden. De alguna forma nos está diciendo no seáis tontos y hacedme caso, permaneced. La permanencia en el amor de Dios nos da “alegría, plenitud”, nos dice Jesús, “amistad” con Él. Es una invitación a dejarse amar por Él porque necesitamos permanecer en el amor de Dios para vivir. Es su amor el que nos hace amigos y no siervos.

Lo que ocurre es que al corazón humano le gusta jugar, ir y venir de vez en cuando, y le cuesta permanecer; ninguno de nosotros somos siempre fieles a nuestros compromisos y, cuando esto ocurre, nos damos cuenta de nuestro extravío y volvemos a buscar la estabilidad que nuestro corazón necesita porque no podemos sostenernos en el vacío. Jesús comprende muy bien nuestra debilidad y por ello insiste: “permaneced en mi amor”.

Cuando Judas sintió con tristeza que su corazón había traicionado a Aquel que lo amaba, no buscó la vuelta al Amor primero a través de la humildad y el perdón, como hizo Pedro; en lugar de permanecer, huyó a través de la falsa puerta del suicidio. Para cubrir este hueco, los discípulos eligen hoy a Matías, cuya fiesta celebramos en la liturgia de hoy. ¿Cómo hacen el discernimiento? En un ambiente de oración que busca permanecer en el amor de Dios. 

Por qué no rezar hoy con esta petición a modo de mantra, “que nada me separe de tu amor Señor; quiero permanecer en Ti.”

martes, 12 de mayo de 2015

No lo sé todo (Miércoles de la 6ª Semana)


El espíritu de la Verdad os guiará hasta la verdad plena
(Juan 16,12-15)

Cuando, en la Misa, oímos la proclamación del Evangelio o cuando lo leemos nosotros mismos, no pocas veces lo hacemos como quien ya conoce de sobra lo que está oyendo o leyendo. Esta postura nos impide descubrir lo más rico y lo más profundo del Evangelio. Jesús nos lo asegura con toda claridad: Aún me quedan muchas cosas por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. El Señor tiene mucho que decimos y comunicamos porque, como nos lo recordaba también hoy, todo lo que tiene el Padre es mío. El Padre y Jesús tienen unas riquezas infinitas y están dispuestos a comunicárnoslas. Pero nosotros tendemos a reaccionar diciendo: Ya me lo sé todo.

Está claro que necesitamos a Alguien que nos abra los ojos y los oídos para salir de nuestra pobreza e ir adentrándonos en la riqueza infinita de Dios. Ese Alguien es el Espíritu Santo. Jesús lo anunciaba hoy de nuevo: Cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él os guiará hasta la verdad plena. Pidamos al Señor desear conocerle más a fondo y que nos dejemos enseñar y guiar por su Espíritu.

domingo, 10 de mayo de 2015

Como un juicio (Martes de la 6ª Semana)


Si yo me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito
(Juan 16, 5-11)

El Espíritu Santo va a seguir realizando la obra misma de Jesús. La va a completar, porque no la va a realizar desde fuera, sino desde dentro de cada uno de nosotros. Jesús describe la obra del Espíritu Santo dentro de nosotros como un juicio en el que todo va a quedar claro para nosotros. Va a quedar claro que el gran pecado del mundo, lo mismo en su tiempo que ahora, es el no haber creído en Él. Nos escandaliza que el mundo no crea: es el gran obstáculo para la fe de los creyentes; pero el Espíritu Santo nos hará comprender que es el mundo el que se equivoca y peca al no creer en Jesús, al cerrar los ojos ante la luz.

En segundo lugar, el Espíritu dará a conocer y sentir que, puesto que Jesús sube al Padre, Jesús no es el culpable, sino el justo, el inocente, más aún, el único inocente que salva a los culpables. 

Y, en tercer lugar, nos persuadirá de que la victoria de Jesús sobre la muerte significa la condena, la derrota del mundo, en la medida en que sigue rechazándole. Pidamos al Espíritu Santo estar profundamente convencidos de la victoria de Cristo.

sábado, 9 de mayo de 2015

Nos habla al corazón (Lunes de la 6ª Semana)


El Espíritu de la Verdad dará testimonio de mí
(Juan 15, 26 -16, 4a)

Jesús nos anuncia cuál será nuestra situación, como discípulos suyos, la que Él prevé y la que Él espera de nosotros, cuando Él mismo ya no esté visiblemente presente entre nosotros. Todo habrá de empezar a partir de la acción en nosotros del Espíritu de Jesús. Tendremos dudas y vacilaciones, incluso se producirán algunas deserciones entre los discípulos. Pero, como dice Jesús, el Espíritu de la Verdad dará testimonio de mí, nos hablará dentro de nuestro corazón, si estamos atentos a escucharle en la oración.

De esa manera, nos convertiremos también nosotros en testigos de Jesús ante el mundo, como el mismo Jesús fue testigo del amor del Padre ante el mundo. Y, al mismo tiempo, estaremos expuestos al desprecio e incluso a la oposición de los que no desean para sí ni para los demás una vida basada en el amor de Dios y en el amor al prójimo.

jueves, 7 de mayo de 2015

La medida del amor es amar sin medida (6º Domingo de Pascua)


Esto os mando: que os améis unos a otros
(Juan 15,9-17)

Pocas palabras deben saturarnos tanto en el lenguaje cotidiano como ésta: «amor». La escuchamos en la canción de moda, en los programas de televisión cada vez más superficiales, en el lenguaje político, en la telenovela. Se usa en todos los ámbitos, y en cada uno de ellos significa algo diferente ¡Pero, sin embargo, la palabra es la misma!

Sería casi soberbio pretender tener nosotros la última palabra. Digamos, sí, que el amor en sentido cristiano no es sinónimo de un amor «rosado», dulzón y sensiblero del lenguaje cotidiano. El amor de Jesús no es el que busca  su «sentir» o su felicidad sino el que busca la vida, la felicidad de aquellos a quienes ama. 

Nada es más liberador que el amor; nada hace crecer tanto a los demás como el amor, nada es más fuerte que el amor. Y ese amor lo aprendemos del mismo Jesús que con su ejemplo nos enseña que «la medida del amor es amar sin medida». 

La cruz de Jesús, el gran instrumento de tortura del imperio romano, se transformó en la máxima expresión de amor de todos los tiempos. La cruz, símbolo de muerte y sufrimiento, pasó a ser signo vivo de más vida. En realidad con su amor final Jesús descalifica el mandamiento que dice que debemos «amar al prójimo como a nosotros mismos»; si debemos amar «como» Él, es porque debemos amar más que a nosotros mismos, hasta ser capaces de dar la vida. 

La cruz es la «escuela del amor»; no porque en sí misma sea buena, ¡todo lo contrario!, sino porque lo que es bueno es el amor ¡hasta la cruz!: El amor que nos enseña a mirar ante todo al ser amado, y más que a nosotros mismos, que nos enseña a no prestar atención a nuestra vida, sino la vida de quienes amamos; el amor, también, que nos enseña a ser libres hasta de nosotros mismos, siendo «esclavos de los demás por amor». 

Aquí el amor es fruto de una unión, de «permanecer» unidos a aquel que es el amor verdadero. Y ese amor supone la exigencia que nace del mismo amor, y por tanto es libre, de amar hasta el extremo, de ser capaces de dar la vida para engendrar más vida. El amor así entendido es siempre el «amor mayor». A ese amor somos invitados, a amar «como» él movidos por una estrecha relación con el Padre y con el Hijo. Ese amor permanecerá, como permanece la rama unida a la planta para dar fruto. 

Hoy la Iglesia española, al menos, celebra el Día del Enfermo recordándonos que estar cerca de ellos es una exigencia del amor cristiano. Son los últimos, por no tener no tienen ni salud. Nuestra sociedad suele ocultar a los enfermos, se les atiende mucho mejor en los hospitales, pero se suele olvidar el estar con ellos. En este día podemos visitarlos, acompañarlos, animarlos, hacerlos presentes en nuestras comunidades parroquiales, en ocasiones celebrar con ellos la Unción de los enfermos, ofrecerles un regalo y acercarnos a sus sufrimientos.

Más de Dios (Sábado de la 5ª Semana)


No sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos de él
(Juan 15, 18-21)

No sois del mundo, les dice Jesús a sus amigos. No lo son porque Jesús tampoco lo es. Porque Jesús los ha sacado del mundo llamándolos a vivir con Él y como Él. Sin embargo los discípulos no consiguieron a la primera abandonar los objetivos y los métodos del mundo: todavía siguieron soñando durante algún tiempo con alcanzar el poder y los privilegios del poder a la sombra del Mesías. Pero la palabra del Señor los fue apartando progresivamente del mundo. Y, finalmente, cuando el Señor les envió el Espíritu Santo, comprendieron que la vocación a la que habían sido llamados no tenía nada que ver con el mundo: ni con sus objetivos ni con sus métodos.

El evangelio de hoy nos invita a comprender que ese camino del mundo no es el nuestro. La mundanidad –como nos dice tantas veces el papa Francisco– es un peligro en el que el seguidor de Jesús nunca ha de caer, aunque a veces este “no ser del mundo” y “ser de Dios”, nos traiga cierta dosis de rechazo social, incluso cierto distanciamiento de los nuestros.

miércoles, 6 de mayo de 2015

Jugársela a una sola carta (Viernes de la 5ª Semana)


Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos
(Juan 15,12-17)

Se puede dar la vida de golpe, en un acto de heroísmo, o gota a gota. O de las dos maneras, como dio su vida Jesús. Darla gota a gota probablemente es más difícil que darla de golpe. De todas maneras, dar la vida es lo que da sentido a la vida. Así lo sienten y lo viven los que se aman. Dar la vida es lo único que da pleno sentido a la vida. La vida de Jesús, el Hijo de Dios, fue la vida humana más rica de sentido.

Si adoptamos este estilo de vida, nos convertimos en amigos de Jesús. Amigo de Jesús es el que apuesta su vida a la carta de Jesús, porque lo conoce y aprecia su manera de ser y de actuar. Ya no os llamo siervos -dice Jesús- porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos. 

A nosotros nos toca poner en práctica este sentimiento de amistad en el trato con los demás. Amarnos los unos a los otros con ese mismo amor de Jesús nos ha de llevar a promover la amistad con los que son diferentes, el cariño, la cercanía, el apoyo mutuo, el perdón, los gestos concretos de aprecio y de ayuda… en definitiva: amarnos los unos a los otros es “hacerse amigo” de los demás.

Libres, señores y alegres (Jueves de la 5ª Semana)


Permaneced en mi amor
(Juan 15, 9-11)

Para Jesús, tres realidades son inseparables: los mandamientos, el amor y la alegría. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor. Jesús dice esto desde su propia experiencia. Él también guardó los mandamientos de su Padre y así permaneció en su amor. El Padre quería que Jesús nos acompañara en todo momento, incluso en la muerte, y Jesús, porque amaba al Padre y nos amaba a nosotros, obedeció, muriendo con nosotros y como nosotros. Y en este amor encontró la fuente segura de su libertad, señorío y alegría: llenándose cada día del amor del Padre y poniéndose al servicio de las personas que se acercaban a Él.

Permanecer en ese amor requiere por nuestra parte estar alerta, no desviarnos, mantener la tensión. No es fácil. Mil fuerzas y tentaciones nos pueden alejar de permanecer en ese amor. Una ayuda para estar alerta puede ser que tomemos el pulso de nuestra alegría. Todo esto nos lo ha contado Jesús para que su alegría esté en nosotros. Si nos falta ese sabor de la alegría del Evangelio, quizá es que nos hemos desviado de su amor. La alegría es, sin lugar a dudas, un signo claro de una relación profunda con Dios.

lunes, 4 de mayo de 2015

Con él lo podemos todo (Miércoles de la 5ª Semana)


El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante
(Juan 15, 1-8)

Jesús repite continuamente la palabra permanecer. La evidente comparación de la vid y los sarmientos y la realidad de nuestra pobreza y debilidad frente a la riqueza y a la vida de Dios nos fuerzan a admitir esta gran verdad: que si no estamos unidos al Hijo, que nos comunica la vida de Dios, nuestra vida no dará frutos, ni siquiera hojas.

Pero luego, metidos en nuestros respectivos trabajos y en las prisas de la vida, todos tendemos a olvidarla. Y más de una vez nos sorprendemos intentando vivir la vida a nuestra manera y con nuestros propios recursos. O tal vez predicándonos a nosotros mismos al mismo tiempo que pretendemos dar testimonio de Cristo.

Podemos preguntarnos hoy con honestidad si estamos suficientemente unidos a Él, si su savia es la que circula por nuestra vida, si es la que nos alimenta y nos hace fuertes, la que hace producir en nosotros buenos frutos… Siempre tenemos tiempo de volver a Él. Aunque nos alejemos, Él no se cansa nunca de esperar.