Llegará un día en que se lleven al esposo y entonces ayunarán
(Mateo 9,14-15)
El profeta Isaías y Jesús, sobre todo, nos enseñan cómo tenemos que entender el ayuno: no como una práctica que tiene sentido por sí misma, sino en relación con el núcleo de la fe. Y el núcleo de nuestra fe es Jesús resucitado, el Novio, al que tenemos con nosotros todos los días. Estar muy atentos a la presencia de Jesús junto a nosotros es lo más importante y el punto de partida de todas nuestras prácticas religiosas. Si lo hacemos así, practicaremos las formas de ayuno más conformes con lo que Él nos enseñó, y que coinciden con las formas de ayuno que ya había enseñado el profeta Isaías: partir nuestro pan con el hambriento, hospedar a los sin techo, hacer saltar todos los cepos, sobre todo los que atan la libertad interior.
Jesús insistió en que éste era su gran mandamiento, el mandamiento del amor, hacemos próximos a los que sufren a nuestro alrededor. Este mandamiento tiene que ser nuestro primer objetivo en la Cuaresma. Hoy pediremos al Señor que nos inspire la forma concreta de ayuno que mejor traduzca nuestra alegría por la presencia del Novio y nuestro amor al prójimo.
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