Parroquia La Milagrosa (Ávila)

lunes, 28 de diciembre de 2015

La propuesta evangélica, siempre alegre y entusiasta, lleva consigo una ineludible dosis de incomodidad (29D Navidad)



Lucas 2, 22-35
Luz para alumbrar a las naciones 

María, José y el Niño se someten a un doble rito: un rito de purifi­cación y de presentación a Dios del hijo primogénito. Y, al cumplir este doble rito, lo llevan a su plenitud, de tal manera que incluso queda su­perado. María no tenía ninguna necesidad de ser purificada, porque desde el comienzo de su existencia era Inmaculada. De esta manera, en el mismo acto de someterse a él, ese rito quedó vacío de sentido. No só­lo para María, la Madre de Jesús, sino también para toda madre. En el Nuevo Testamento no se habla ya de un rito de purificación para las madres. Por ello ese rito ha desaparecido en la Iglesia, en el Pueblo de Dios inaugurado por el Hijo de María. Porque la procreación como tal y la maternidad, lo mismo que la paternidad, pertenecen al plan creador de Dios y, por ello, no necesitan de ninguna purificación. 

Así, con la entrada de la Sagrada Familia en el Templo de Jerusalén asistimos al mismo tiempo a la superación de la Primera Alianza y al comienzo de la Nueva Alianza sellada en la persona de Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María.

El evangelista sabe cuál fue la relación de Jesús con su pueblo y el desenlace de su oferta mesiánica. Y lo predice por boca de Simeón, en palabras sombrías: por causa de Jesús unos se levantarán y otros caerán. Jesús, el que es y trae la buena noticia, resulta una “bandera discutida”; el que es y trae el “consuelo” de Israel, trae también la espada; impulsa y estimula, no viene al mundo para que todo siga igual. Y, si lo nuestro es opción por la comodidad y perezosa rutina, su llamada nos causa “sarpullido” y nos coloca en una situación de crisis de la que hay que intentar salir airosos.

Sería un pecado aguar las fiestas navideñas; comparto plenamente la afirmación de Lutero de que “el gozo es el birrete doctoral de la fe” (M. Lutero). Pero Navidad es mucho más que pandereta y castañuelas. La propuesta evangélica, siempre alegre y entusiasta, lleva consigo una ineludible dosis de “seriedad”; a veces, de “incomodidad”.

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