Parroquia La Milagrosa (Ávila)

sábado, 26 de diciembre de 2015

La familia es el primer campo de entrenamiento para alcanzar humanidad (27D, Fiesta de la Sagrada Familia)


La familia tiene carta de ciudadanía divina. Se la dio Dios para que en su seno creciera cada vez más la verdad, el amor y la belleza 
(Papa Francisco)

Lc 2, 41-52
Pensando que iba en la caravana, hicieron dos días de camino y se pusieron a buscarlo entre los parientes y los conocidos

Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia integrada dentro de estas fiestas familiares como las navidades. El mundo actual, con su cultura de consumo, ha dado la vuelta a la tradición familiar homogénea, que repartía las funciones de un modo claro según el género de los miembros, pero ya no es así. La familia ha cambiado mucho, para satisfacción de unos y disgusto de otros. 

Los cristianos no tenemos por qué estar apegados solo a una forma de entender la familia, porque eso es patrimonio cultural, que tiene sus ventajas y sus inconvenientes según el entorno y las necesidades. Ni si quiera se nos debería pasar por la cabeza que la Palabra propone la familia de Nazaret, tal como aparece en los evangelios, como único modelo, entre otras cosas porque, sobre todo Lucas, no está haciendo un diagnostico de la ejemplaridad sociológica de las familias, mucho más amplias que tres personas (en la caravana que peregrina, al parecer numerosa, van los familiares de Jesús), sino que trata de señalar el contexto que puede explicar el estilo genuino humano de Jesús, a saber: su cercanía para con los que sufren, su empatía para con las personas y la naturaleza, su saber sobre la sabiduría popular, las costumbre y usos de su tiempo... sus valores humanos (paso por esta vida haciendo el bien)... su profunda religiosidad en el sentido de lo que hoy llamamos experiencia de Dios (asombrados tenía a los sabios de su tiempo) que le lleva a ocuparse de las cosas de su Padre.

Por eso, ¿qué es lo que debería ser importante sobre "la familia" en nuestro presente? Lo mismo que para Jesús, es decir, lo que realmente importa son las personas y la necesidad de un ambiente cálido, cariñoso y acogedor en el que la experiencia de un amor seguro sea la base sobre la que construir todo el resto de relaciones. Tan importante es esta experiencia de amor incondicional que sentimos la obligación de garantizar un ambiente donde se dé la experiencia de ser queridos por el mero hecho de ser, no de merecer. 

En la sociedad hay que ser guapos, ricos, inteligentes, para merecer el reconocimiento y el cariño. En la familia se quiere a todo el que es miembro de ella. Unos por hijos, otros por esposos, padres o abuelos. Todos estamos metidos en una necesidad extrema y vital: sentirnos queridos en nuestra condición real de personas que no somos lo que querríamos ser. Ahí radica la posibilidad de ser libres, porque el amor libera de la obligación de aparentar lo que no podemos ni somos.

Lo bueno de considerarnos los cristianos la familia de Dios, no se basa solo en la costumbre de llamarlo Padre, sino de saber y sentirnos que lo somos. Porque su amor incondicional nos acepta como hijos: imperfectos, pero geniales a su vista; limitados, pero llenos de posibilidades; osados, pero abiertos a la ternura...

Déjame compartirte un relato de Leon Joseph Suenens:  “Una noche estalla un incendio en una casa. Mientras ascienden las lenguas de fuego, padres e hijos se lanzan fuera. Presencian horrorizados el espectáculo dantesco. De pronto se percatan de que faltaba el más pequeño, un niño de cinco años que, aterrorizado por el humo y las llamas, se había refugiado en el piso superior. Todos se miran. No hay la menor posibilidad de ingresar en la casa que se ha trasformado en un horno al rojo vivo.Se abre una ventana. El niño pide socorro. Su padre lo ve y le grita:“¡Salta!”. El niño no ve más que humo y llamas, pero oye la voz del padre y contesta: “¡Padre, no te veo!”. El padre le responde: “Yo sí te veo y con esto basta. ¡Salta!. El niño salta y va a parar sano y salvo a los brazos de su padre”. 

Con Jesús, Simeón y Ana, conclusión del Antiguo Testamento, ven realizada esa esperanza en un Niño, como ya había previsto Abraham en la espera de un heredero, que expresa y vive el sentido de la relación familiar con Dios desde el abandono total a la confianza en el Padre. Él es nuestro futuro. Pero también nosotros somos su futuro. Porque Él es la razón de nuestra vida, nuestro esfuerzo y nuestra esperanza. Nosotros somos, haciéndonos niños, hijos, hermanos, la posibilidad de que los demás entiendan y se abran a la relación con un Dios que despierta ternura, saca nuestras fuerzas hasta el agotamiento, anima nuestra vida con su alegría y provoca el entusiasmo en nuestro interior. 

Por eso, cuida de la familia, la que sea y cómo sea, porque cuando en medio del dolor no veas nada por el humo de la desesperanza, vas a ser capaz de saltar porque te va a coger tu padre (familia) y tu Padre (trinidad). ¡Salta! aunque no vas a encontrar la red de seguridad del equilibrista, sino a Dios que te ve y se manifiesta a través de una mano amiga que te ampara. Las llamas del sufrimiento y el humo de la tristeza pueden rodearte, pero salta a los brazos de la fe. Dios te está viendo, con eso basta. 

No sería mala idea hacer hoy la meditación todos juntos en familia. Piensa: ¿Qué sería yo sin los demás? Nada, absolutamente nada. Ni siquiera mi existencia sería posible. Si los que te rodean han hecho posibles que tú seas, ¿Es mucho pedir, que tú ayudes a los demás a ser?

¿Cómo podría la araña tejer su tela si no tuviera puntos de apoyo para fijar su trama? Tu vida depende de esos puntos de apoyo. Deja que otros se apoyen en ti para tejer su propia vida.

La familia es el primer campo de entrenamiento para alcanzar humanidad. No dejes de entrenarte cada día. Pero la verdadera batalla hay que ganarla en la relación con los de fuera. Deja que todos encuentren en ti un apoyo para seguir viviendo. Es la única manera de vivir tú a tope.




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