El que no está conmigo, está contra mí
(Lc 11, 14-23)
La única interpretación recta del signo realizado por Jesús la da Él mismo: lo que Él hace es la prueba de que el reino de Dios está ya presente en medio de nosotros. Más aún, hay un corolario que el evangelista ha puesto al final de las palabras de Jesús: “El que no está conmigo está contra mí”. Que lo podemos traducir así: “El que no está entregado al servicio de las personas, de su bien, especialmente de los que más sufren, está contra mí”. Nosotros le podemos dar la vuelta a la frase y también será verdad: “El que está entregado al bien de las personas, especialmente de los que más sufren, está conmigo”.
Así, Jesús abre, a los que vamos tras sus huellas, un campo enorme de colaboración con todos los que, de una manera o de otra, están trabajando a favor de las personas y la humanidad. En una encíclica poco conocida de Juan XXIII, publicada en 1959, declara abiertamente que todos somos familia, porque Dios nos ha creado hermanos: las familias, las comunidades, las asociaciones, las sociedades intermedias y las diversas naciones no son otra cosa sino comunidades de hombres, es decir, de hermanos, que deben tender, unidos fraternamente, no sólo al fin propio de cada una, sino también al bien común de toda la familia humana (1).
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