A las puertas de la cuaresma, casi la primera reflexión que nos viene a la mente, habituados como estamos a simplificar, es identificarla con su dimensión penitencial, lo cual nos limitas para abrirnos a otros aspectos como su finalidad más importante, a saber, que este tiempo es el camino que conduce a la Pascua.
Por eso, al comenzar el camino cuaresmal, que resuene en nosotros su mensaje más claro: Si quieres vivir la Pascua plenamente, prepárate, ponte en marcha para vivir el acontecimiento más grande de la fe.
El miércoles seremos convocados para salir de nuestra tierra de esclavitud y de alienación, para alcanzar el reino de la libertad y de la vida. Si no perdemos de vista la meta, si seguimos la estela de Jesús, podremos celebrar con él su Pascua, nuestra pascua.
La imposición de la ceniza marcará la línea de salida de nuestra peregrinación y en nuestra frente seremos señalados con el signo que muestra nuestra fragilidad y condición pero, también la marca que nos identifica como participantes comprometidos en el camino hacia la resurrección.
La cruz con la que nos signaran puede valernos también para recordar más intensamente, cada vez que la hagamos sobre nuestra frente, los tres compromisos que asumimos en nuestro bautismo cuando fuimos acogidos en la Iglesia con señal de la cruz: salir al encuentro de Dios y renovar nuestra relación con Él (oración), cuidar de nuestros hermanos más pobres, débiles e indefensos (limosna) y vivir de lo esencial desnudándonos de los superfluo que oculta o desvía, para situarnos en verdad ante lo que uno es y para lo que uno vive (ayuno).
Sin embargo, aunque enamorados de este ideal tan grande, el cual vemos posible y necesario, nos faltan las fuerzas. Han sido tantas la veces que hemos empezado el camino y tantas las que hemos creído fracasar que pensamos que el mal es más fuerte que nosotros; pero solo es un misterio que no logramos descifrar. Además del mal de la enfermedad y la muerte, que podemos llegar a comprender y aceptar, siempre nos queda los otros males, los que minan nuestra esperanza: el mal de las rencillas, los odios y las venganzas; ese mal que se mueve entre las familias y los hermanos,entre los vecinos y los compañeros de trabajo, entre los pueblos y las naciones [1]. Pero, como cantó el poeta malagueño Emilio Prados [2]
No es lo que está roto, no,
el agua que el vaso tiene:
lo que está roto es el vaso
y, el agua, al suelo se vierte.
No es lo que está roto, no
la luz que sujeta al día:
lo que está roto es el tiempo
y en la sombra se desliza.
No es lo que está roto, no
la sangre que te levanta:
lo que está roto es tu cuerpo
y en el sueño te derramas.
No es lo que está roto, no,
la caja del pensamiento:
lo que está roto es la idea
que la lleva a lo soberbio.
No es lo que está roto Dios,
ni el campo que Él ha creado:
lo que está roto es el hombre
que no ve a Dios en su campo.
Esta realidad del género humano ya la trató de explicar el redactor Yahvista del Génesis con la historia de Caín y Abel (Gn 4, 1-15). No son nuevas las guerras ni las guerrillas. Ya entonces, Caín mató a Abel. Y la culpa le persiguió para toda su vida. Y parece que desde entonces la sangre sigue llamando a la sangre [3].
Entonces, ¿hay esperanza? Hay un hecho vital en este relato Yahvista del Génesis que debemos tener presente: Dios no quiere la muerte del criminal. Caín es protegido por una señal divina para que nadie lo mate. Es que nuestro Dios, el que nos ha creado, el que se nos ha manifestado en Jesús como Padre de todos los vivientes, es Dios de Vida y no de muerte [4].
El nombre de Caín significa favor de Yahvé. La marca de Caín será el signo de una misericordia arrancada a Dios por la tenacidad con la que Caín es capaz de plantarse a llorar frente a Aquél la tragedia a la que lo ha conducido su propia libertad: el valor del reclamo perseverante de lo que no merecemos, nos deja también a las puertas del resto del mundo bíblico [5].
Dios no quiere nuestra destrucción sino que lleguemos a nuestra plenitud. No hay pecado que sea más grande que el amor del que nos ha creado y nos ha querido libres. Puede que Caín perdiese la posibilidad de ser portador del favor de Yahvé, pero será en adelante portador de una marca dada por el mismo Dios, el que Jesús reveló como Padre: de portador del favor a portador de la misericordia gratuita; así pues, portador él y portadores nosotros de la esperanza.
Podemos hacer que el camino cuaresmal -nuestra misma existencia-, vaya por otros derroteros, concretamente recuperando su dimensión de aliento, de esperanza que tanto necesitamos ganar, porque la esperanza no es lo último que se pierde sino lo primero que se gana porque sino estamos perdidos [6]; o como dice, más bellamente, el autor de Proverbios: Cuando no hay visiones el pueblo se relaja (29, 18).
Las visiones, son el alma de un pueblo, son ellas las que permiten a la humanidad mantenerse con vida y en camino hacia la conquista de algo nuevo como la que dice san Juan: Vi un cielo nuevo y una tierra nueva… Las visiones, los sueños son los que permitirán a los miembros de una comunidad, impregnada de la espiritualidad vicenciana, avanzar por el camino hacia Jesucristo encarnado en los pobres y hacerlo con el fuego de la caridad que animó a san Vicente de Paúl.
El sueño de Jesús es que, ese fuego que vino a traer, arda y se propague en los corazones de todos los seres humanos. Este es un tiempo especial para tener visiones, para soñar, para abrir nuevos caminos, porque es preciso caminar y soñar para no terminar acomodándonos en la rutina, varados en nuestras seguridades, para acabar por vivir del pasado y en el pasado... Nuestra meta, no lo olvidemos, es la Pascua.
Felipe Manuel Nieto Fernández
Propuesta para caminar hacia la Pascua
Durante el tiempo de Cuaresma vamos a ofrecer desde el blog una reflexión diaria sobre el Evangelio de cada día con el fin de alimentar el espíritu. Los comentarios están inspirados en la obra de J. A. Irazabal Andicoechea, Breves homilías para los días laborales, Mensajero, Bilbao 2006.