Parroquia La Milagrosa (Ávila)

sábado, 9 de enero de 2016

Quizás la Iglesia necesite retirarse un tiempo para dejarse invadir por el Espíritu que sopla fuertemente sobre tantos hombres que aman la justicia (Bautismo del Señor)



Lc 3, 15-16. 21-22
Jesús se bautizó; y mientras oraba, se abrió el cielo


En el evangelio de hoy aparece toda la comunidad trinitaria: la voz del cielo (el Padre), la paloma (el Espíritu) y el Hijo. No es por lo tanto un relato cualquiera, sino un momento inicial y central en la vida de Jesús. Al ser bautizado, Jesús tomo conciencia de la misión a la que era llamado por el Espíritu, (misión que podemos entender leyendo toda la primera lectura de Isaías). El bautismo es el nacimiento a los tres años de vida pública de Jesús y la proclamación por parte del Padre: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”


“Yo os bautizo con agua; Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”, ¿hay dos tipos de bautismo?, parece que sí. Siendo el bautismo la puerta de entrada a la Iglesia, el verdadero nacimiento del cristiano, no es por tanto un rito más, sino una tarea, una llamada para seguir las insinuaciones del Espíritu. En muchas ocasiones olvidamos el Espíritu y lo más importante creemos, que son nuestras normas, (no están casados, los padrinos no están confirmados…), no falta razón y es verdad que en nuestros países hay muchos que podríamos decir que están bautizados con agua, incluso este es un tema que en las comunidades y en los sacerdotes produce una cierta esquizofrenia.

Lo esencial es que todos han recibido el Espíritu que nos invita a un compromiso con la justicia: primera lectura y segunda: “paso haciendo el bien”; a trabajar por la unidad y reconciliación de todos los hombres; a la vivencia de la igualdad y la fraternidad. Él es una paloma que nos trae la libertad interior y que Pablo opondrá en muchas ocasiones a la letra, la carne, la institucionalización, la ley, la rigidez, el formalismo. Por eso no podemos recibir un bautismo nuevo, si no nos desprendemos de nuestro egoísmo, de nuestros esquemas, de la comodidad e instalamiento. Necesitamos dejarnos invadir por ese viento que nos lleva más allá de nuestros cálculos, tradiciones, teologías, códigos, pastorales. Nada puede atar al Espíritu.

El bautismo es un serio compromiso como lo fue para Jesús, bautizar por tradición o costumbre no deja de ser un contrasentido. Pero negar la fuerza del Espíritu, es en ocasiones estar centrados demasiado en nosotros mismos, destacar constantemente los errores ajenos, no estar abiertos al perdón, a la ternura, en definitiva al Evangelio. No es fácil el dilema; como dice el texto: “Mientras oraba, se abrió el cielo”, oremos. Quizás la Iglesia necesite retirarse un tiempo para purificarse de tanto polvo acumulado, dejándonos todos invadir por el Espíritu que sopla fuertemente sobre tantos hombres que aman la justicia.


En esta línea, traigo aquí una escena de la película "También la lluvia" con un comentario publicado en eclesalia para recordar que este tiempo Pascual que llega a su fin (de calendario) no puede caer en el olvido el resto del año a través, especialmente, de la misión de Jesús que nos va a recordar una y otra vez, como Montesinos que dijo el mismo sermón 100 veces, que nos ve a todos iguales, con la misma dignidad y derechos. Es el compromiso sempiterno de la Pascua, de toda Pascua...





Fue un poco antes de estas fechas navideñas de 1511, posiblemente a mediados del Adviento, cuando Montesinos pronunció su célebre discurso en la actual República Dominicana, con el título joánico de “Voz que clama en el desierto”.


Quienes fueron a escucharle, esperaban palabras de refuerzo cristiano para sus acciones sanguinarias contra los indígenas. Pero lo que se encontraron fueron preguntas como estas: ¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en su tierras, mansas y pacíficas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan presos y extenuados, sin darles de comer ni curarlos de sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais se os mueren, y por mejor decir, los matáis por sacar oro cada día? ¿Es que estos no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos?

Y así durante toda su alocución hasta anunciarles que estaban en pecado mortal. Todos se quedaron consternados pero no parece que cambiaron sus costumbres contra aquellos pueblos, tratados como si fueran animales. Cuatro años más tarde, Montesinos y De las Casas volvieron a la metrópoli española para denunciar con hechos las salvajadas y los exterminios que estaban ocurriendo en ultramar. A partir de entonces y durante muchos años, De las Casas defendería con pasión en su país los derechos de los indios incluso frente a poderosos teólogos españoles que justificaban el fin con lo injustificable.

Vaya nuestro reconocimiento a ambos religiosos, sobre todo a Montesinos, que logró al menos una conversión, que ya no se recuerda: influyó decisivamente en la de Bartolomé de las Casas, quien en un principio tomaba parte en las conquistas sanguinarias por las que recibió esclavos indígenas a su servicio así como sus bienes y tierras… hasta que escuchó a su compañero dominico, cambiando radicalmente de actitud.

Todavía estamos en fechas pascuales de Navidad. Todavía somos muchos que nos decimos cristianos, o por lo menos no contrarios al mensaje de Cristo. Y siguen las injusticias estructurales en América latina y bastante más cerca, con muchos inmigrantes víctimas directas de esta crisis tan injusta. La Buena Noticia pasa por este mundo antes de llegar al otro, y precisa de todas las personas de buena voluntad para hacer un mundo mejor, más solidario y menos esclavo, en nuestro caso del consumismo capaz de deshumanizar hasta embrutecernos, como lo estaban aquellos conquistadores esclavos de su tiempo. Tuvieron mucho mérito los dos dominicos que al final no han sido tratados por la Iglesia como se merecen los profetas. Ambos actuaron como los primeros cristianos: tuvieron muy claro el tipo de armas que debían utilizar para ser testigos de Cristo: servicio, coraje, amor y ejemplo. Supieron darse y se hicieron vulnerables por amor a pesar de las consecuencias

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