Parroquia La Milagrosa (Ávila)

martes, 5 de enero de 2016

Estrellas en la noche de la humanidad y de nuestras propias noches (6E Epifanía)



Mateo 2,1-12
La estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño


Nos envuelve la noche. Por más que nuestras ciudades estén alumbradas por miles de bombillas la realidad, terca y dura, se impone. Esta noche causa marginación, pobreza, paro masivo, injusticia, hambre de millones de seres humanos afectados por migraciones masivas... Y, es verdad, esta noche no afecta igual a todo el mundo, por eso, a quienes menos la padecemos nos lleva a preguntarnos: ¿Dónde dormirán los pobres hoy? ¿Qué tendrán para cenar? ¿Cómo podrán calentar esos cuerpos entumecidos por el frío?...

A esta noche global tendríamos que unir nuestras noches más cercanas, las que afectan de un modo más inminente a nuestras familias, instituciones y grupos de pertenencia, y también nuestras dudas e inseguridades laborales y sociales. Y las noches personales de nuestro no saber, no entender, no poder... aquello que se nos ha oscurecido, que no vemos, los horizontes que se nos han nublado, nuestros caminos oscuros... ¡Tantas noches! 

San Juan de la Cruz hablaba de “la noche oscura del alma” por la que pasa el ser humano en su camino espiritual. En esta noche, la persona siente lejos a Dios, es más, no lo siente. Pareciera que todas las experiencias espirituales que ha tenido se las ha llevado el viento...

Pero la noche también puede ser el momento de iniciar el camino. Al menos así fue para aquellos misteriosos personajes del evangelio de hoy. Dicen que caminaron a la luz de una estrella. Las estrellas solo salen de noche y hace falta mucha oscuridad para que podamos verlas. De día desaparecen, se pierden con la luz del sol.

Sin embargo, para las personas creyentes una única estrella ilumina todo el horizonte de oscuridad: Dios hecho humanidad. Y, por si estamos despistadas y no nos habíamos dado cuenta, oímos al profeta que nos grita: ¡Levántate, brilla, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz!

¡Qué responsabilidad! Nos manda que brillemos. Nos convertimos en estrellas en la Estrella. Estrellas en la noche de la humanidad y de nuestras propias noches. Vislumbramos la Luz que nos habita y nos atrevemos a invocarlo como alguien que ilumina nuestra existencia y la convierte en luz para los demás. 

Una vez que la Luz del Niño nos toca, como a los Magos, ya no podemos seguir por el mismo camino. El viaje de los Magos acaba con el regreso por otro camino, y también nuestro propio viaje será por otro camino. En principio iríamos por caminos conocidos, seguros, que nos dieran bienestar y cierto prestigio... pero ... 

En este tiempo de noche urge encender nuestra estrella por el camino de la misericordia, para que todo nuestro ser se deje afectar por el dolor y nos movilice con un amor operativo. Un amor que haga de nuestros pies instrumentos que inician y reclaman una manifestación ciudadana hacia un nuevo orden internacional más justo. Nuestras manos podrán dar luz siendo sanadoras y “parteras” de vida. Nuestros ojos aprenderán a mirar y no pasar de largo ante tantas personas abandonadas.

Nuestros oídos pueden abrirse a las súplicas de quienes esperan que alguien escuche su llanto y escucharemos el clamor de los indignados de todo el mundo que nos movilizarán en la lucha por la justicia. Nuestra boca puede aprender a ser bendición, denuncia y anuncio. Nuestras entrañas pueden estremecerse en vez de pasar indiferentes ante quienes sufren la noche de la injusticia y la pobreza. Nuestro corazón aprenderá a hacerse hogar de acogida para quienes no tienen donde reposar... 

Podremos llegar a ser pobres luces mortecinas pero no por eso dejaremos de ser luz divina.



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