Parroquia La Milagrosa (Ávila)

domingo, 21 de diciembre de 2014

IV domingo de Adviento (reflexión)



2 Samuel  7,1-5.8b-12.14a.16;  Romanos  16,25-27; Lucas 1,26-38

Como el rey David, queremos construirle una casa, sin descubrir que Dios ya tiene casa, nosotros somos la casa de Dios. Es más bien Dios el que construye nuestra casa, como dice el salmo 126: “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”. ¿Qué significa Adviento sino la presencia salvadora de Dios en medio de su pueblo? ¿Qué es la encarnación  de Cristo sino ese plantar su tienda en medio de nosotros? ¿Y qué simboliza María en el relato evangélico sino esa comunidad pobre y humilde que recibe en su seno al Salvador?

María es el modelo, acepta y acoge. Cree en la palabra del ángel y hace así posible la cercanía de Dios entre nosotros. María, que abre en la fe su seno a la acción del Espíritu es, el símbolo de la nueva comunidad (Madre de la Iglesia). Dios sólo necesita nuestro sí, como el de María; un sí activo, consciente, comprometido: “Hágase en mí según tu palabra”, para que este Adviento florezca en Navidad. Él, está presente, tiene su casa, en la fe de los que reciben al Niño y le hacen un sitio en sus alegrías y tristezas, en sus gozos y penas.

Al finalizar este tiempo de Adviento, es la propia María quien nos indica el camino de la fe para acogerlo. Desde su actitud de escucha a la Palabra de Dios, que implica un silencio interior, vaciarse de sí mismos, eliminar muchos ruidos que distorsionan o interfieren el mensaje. Estando abiertos al Espíritu, María, a pesar de que no entendía lo que iba a suceder, se dejo llevar por el Espíritu hasta el pie de la cruz y no le faltó el espíritu profético en el Magníficat. Lanzada a servir: “Aquí está la esclava del Señor”, recorrerá un largo camino para atender a su prima Isabel, es que Dios quiere ser servido en sus hermanos más necesitados y se produce la gran paradoja siendo esclava sé libera y libera.

María es camino, pero aprender a mirar, comprender y sentir como ella, no se consigue sino guardando en el corazón el recuerdo y el asombro de esa noche en la que Dios irrumpió en el gran Belén de nuestro mundo. A los que miran como María, les hace guiños, la pobreza de ese Niño y el empobrecimiento de todos los que hoy la siguen padeciendo. Por eso se les van los pies en busca de los últimos lugares, de los descampados, de las periferias e intemperies de nuestra historia. “A los que lo recibieron, dirá Juan en el prólogo de su evangelio, se les dio el poder de ser hijos de Dios”. Eso es María, ni más, ni menos; esperemos con ella en la choza, el pesebre, en nuestra casa…: el parto; la noche del veinticuatro.

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