Parroquia La Milagrosa (Ávila)

miércoles, 18 de marzo de 2015

Tierra en fruto (Domingo de la 5ª Semana)


Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo
(Juan 12, 20-33)

Mala cosa para nuestro hoy que Juan ponga en boca del Maestro, precisamente, las palabras que tanto nos afanamos en ocultar debajo de nuestro imperio de sentidos sobresaturados de bienestar, felicidad y autorealización. Jesús habla abiertamente del desamparo, de la muerte, del despego a la vida y de su propio miedo.

Quisiéramos huir de ellas, que ni nos alcancen ni nos afecten, que solo tuvieran que ver con Jesús y no con nosotros. Pero Juan deja muy claro que las dirige a todos los hombres, por eso se asegura de que son pronunciadas en presencia de griegos y extranjeros en Jerusalén.

Entonces, si es necesario morir para vivir, ¿tenemos que negarnos a amar la vida? No faltan quienes responde que sí, pero lo hacen casi al pie de la letra. Y ahí tenemos a muchos hombres y mujeres creyentes que, desde la resignación, la tristeza y la persecución de mil sufrimientos, calamidades y desgracias, en esta vida, se afanan torpemente para ganarse otra vida en el Paraíso... ¿le ha explicado alguien, a estos, en qué consiste seguir a Jesucristo? ¿el sentido auténtico de muerte y vida?

Es que acaso, ¿el grano de trigo muere en el sentido de acabar y desaparecer? O más bien se abre y brota liberando toda la fuerza de vida que le habita, desplegando la virtualidad de renovar, una y mil veces, el milagro de hacer surgir de una pequeña semilla una hermosa espiga que, una vez seca, se multiplica en muchas granos que dan sustento en forma de comida.

Morir, para nosotros, los que torpemente acertamos a acoger la Luz, significa negarnos a encerrarnos en nosotros mismos para abrirnos a la Palabra y a los otros. Desaparecer es liberar todas las fuerzas de amor que habitan en nosotros, esas que contenemos a fuerza de miedos, egoísmos y desconfianzas.

Si solo sé amar mi vida, la que está llena de pequeñeces, rechazos, violencia y agresividad, entonces la perderé. Pero si acepto ser taladrado, empujado, pisoteado por el amor al hermano; si estoy prendido del amor exigente del Padre; entonces, quizás solo cuando entienda parte de esto, me veré nacer a la vida, como brota la espiga atravesando la tierra para desplegarse en toda su plenitud bajo el sol.

Desde que venimos a este mundo experimentamos, ya inconscientemente, que para llegar a la luz, tenemos que pasar por el túnel de la oscuridad. Eso nos da miedo. Lo mismo que le pasó a Jesús nos pasa a nosotros, nos gustaría saltarnos este paso; y sentimos la tentación de permanecer tranquilos y guarecidos dentro de nosotros mismos.

Sin embargo, no hay camino hacia la vía de la luz que no pase por la cruz. Ella es nuestro seguro para saber si nuestros discernimientos son ortodoxos. Nuestros planes de felicidad, tranquilidad y autorrealización tienen que ser crucificados en ella si de verdad creemos, con el corazón que siente, la razón que piensa y la voluntad que actúa, que la tumba está vacía, la misma y única que abandonó Aquel que vive para siempre.


La vida está ahí, déjate sorprender y ponte a servir...



fuente

(Inspirado en pensamientos de  J. P. Bagot)

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