Parroquia La Milagrosa (Ávila)

miércoles, 4 de marzo de 2015

El reino es fraternidad (Sábado de la 2ª Semana)


Este hermano tuyo estaba muerto y ha resucitado
(Lucas 15, 1-3.11-32)

En esta incomparable parábola, Jesús nos revela a la vez el amor del Padre y nuestro pecado. Sólo a la luz de ese amor inimaginable podemos comprender nuestra ofensa de hijos. En realidad, los dos hijos cometieron el mismo pecado: ignorar el amor del Padre. El hijo menor pensó que viviría mucho mejor lejos de la casa paterna; y el hijo mayor, aunque nunca abandonó su casa, no acababa de darse cuenta de que, como se lo recuerda su Padre, todo lo mío es tuyo; vivía como un esclavo, en lugar de vivir como un hijo, en la casa del Padre, que era también su propia casa: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito... Servir, obedecer o desobedecer, órdenes: ¡vaya manera de comprender sus relaciones con el Padre! ¿Quién de los dos hizo sufrir más a un Padre tan generoso?

También podemos leerla en clave de banquete. Porque al final de la parábola, su culmen, es precisamente un banquete. No se miran los gastos en la preparación del banquete. Desde el ternero cebado hasta el mejor de los vestidos. La reunión familiar es una gran fiesta. Es la fiesta mayor que se pueda imaginar. Hay que celebrarlo por todo lo alto. Igual que el reino. Nadie es excluido. Ni siquiera el hijo que ha dilapidado su herencia en tierras lejanas y olvidado de sus deberes familiares. Lo mejor de la parábola es ese momento en que todos se sientan a la mesa a celebrar. Con el pan y con el vino. ¡Hay tanto que contar! ¡Hay tanto que poner sobre la mesa! Siempre envuelto en esa especial fraternidad y cercanía que se produce en torno a la mesa compartida. 

La nota discordante la pone el hijo mayor. No se opone a que se celebre un banquete. Se opone a que entre en él su hermano, el malo, el perdido. No ha entendido que el reino es fraternidad. Hijos e hijas de Dios, sentados a la mesa, en torno al Padre común, compartiendo el pan y el vino de la vida. Es una forma muy sencilla de decirlo pero suficiente. Eso sí, debemos interrogarnos para seguir discerniendo en nuestro camino hacia la Pascua: ¿Somos de los que acogemos, incluimos, perdonamos, unimos...? ¿O de vez en cuando, como el hermano mayor, excluimos, separamos, dividimos, expulsamos, rechazamos...?

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