Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis
(Mateo 25)
Un experto asesor de empresas en Gestión del Tiempo quiso sorprender a los asistentes a su conferencia. Sacó de debajo del escritorio un frasco grande de boca ancha. Lo colocó sobre la mesa, junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño y preguntó:
‐ ¿Cuantas piedras piensan que caben en el frasco?
Después de que los asistentes hicieran sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta que llenó el frasco.
Luego preguntó:
‐ ¿Está lleno?
Todo el mundo lo miró y asintió. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con gravilla.
Metió parte de la gravilla en el frasco y lo agitó. Las piedrecillas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes.
El experto sonrió con ironía y repitió:
‐ ¿Está lleno?
Esta vez los oyentes dudaron:
‐ Tal vez no.
‐ ¡Bien!
Y puso en la mesa un cubo con arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y la grava.
‐ ¿Está bien lleno? preguntó de nuevo.
‐ ¡No!, exclamaron los asistentes.
Bien, dijo, y cogió una jarra de agua de un litro que comenzó a verter en el frasco. El frasco aún no rebosaba.
‐ Bueno, ¿qué hemos demostrado?, preguntó.
Un alumno respondió:
‐ Que no importa lo llena que esté tu agenda, si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas.
‐ ¡No!, concluyó el experto: lo que esta lección nos enseña es que si no colocas las piedras grandes primero, nunca podrás colocarlas después.
Pues San Vicente de Paúl colocó, y bien colocadas, sus piedras. A mi permitidme que me atreva a decir que son cinco. No sé si os suena el número 5 en San Vicente, pero lo usó varias veces al hablarles a los misioneros de las virtudes que debían practicar (espiritualidad de la sencillez, hoy diríamos de bolsillo, o para andar por la calle y en casa, pero solo es su pequeño método, un adelantado en pedagogía del enseñar y del vivir). Él les decía que todo misionero tiene que tener estas cinco virtudes como David tuvo cinco piedras en su zurrón para vencer las dificultades de la misión (nuestros Goliats). Pero no voy a hablar de las virtudes del misionero, sino de los pilares de la persona, del Señor Vicente. Las tres primeras que colocó hacen referencia a su experiencia de Jesús. Las otras dos a su experiencia de los pobres.
1. Jesús, tú eres adorador del Padre: Con esta expresión descubre san Vicente el primer rasgo de la fisonomía del Cristo vicenciano: Jesús se encarna en la historia por voluntad del Padre y con la fuerza del Espíritu cumple la misión para la que fue enviado. Esto convierte a Jesús en adorador perfecto.
Nada del plan de salvación de Dios sobre los hombres tendría sentido sin el amor y este lo pone Jesús ¡Que no hacía nada sino por el amor que tenía a Dios Padre! (SVP IX, 38). Ser adorador del Padre significa para san Vicente que Jesús fue un fiel cumplidor de la voluntad de Dios (Cf. SVP IX, 468; XI, 79; IX, 168, 492, 734).
2. Jesús, tú eres uno de nosotros y servidor de los hombres: Para san Vicente el segundo rasgo de Jesús es su anonadamiento, su decisión de hacerse uno de tantos, a pesar de su condición divina: El Salvador se encarna por amor al Padre y a los hombres (SVP XI, 411).
El hecho de la encarnación introduce al Hijo en nuestra propia vida, en todo igual a nosotros menos en el pecado. Pero en Jesús, el ser hombre lo lleva hasta los límites de la integridad. Él es el hombre libre e íntegro, el hombre total (SVP XI, 129).
Lo original en la experiencia de Dios de san Vicente se encuentra en la realización de la voluntad de Dios, que por parte de Jesús se identifica con la evangelización de los pobres. Para Vicente, hombre profundamente evangélico, Cristo, en su misión de evangelizador de los Pobres, cristaliza el sentido de su pertenencia y entrega al Padre, de su amor compasivo y tierno a los hombres.
3. La identificación de Cristo con los pobres (IX, 750; X, 594; 628; XI, 240; 725): ¡Que imagen que tan enorme! Es la originalidad de un descubrimiento impensable en el siglo XVII: Los pobres tienen el honor de representar a los miembros de Jesucristo, que considera los servicios que se les hacen como hechos a él mismo (SVP IX, 64).
De Dios tenemos un testimonio y una imagen en Jesús; y de él tenemos también su imagen, pues está presente, como si de un sacramento se tratase, en los desposeídos, en los necesitados, en los pobres.
Al servir a los pobres se sirve a Jesucristo... servimos a Cristo en la persona de los pobres. Y esto es tan verdad como que estamos aquí. Un vicenciano irá diez veces cada día a ver a los enfermos, y diez veces cada día encontrará en ellos a Dios... (SVP IX, 240)
4. La experiencia de que los que mejor ayudan a los pobres son los que se hacen pobres al imitar a Cristo (XI, 129; 385): Desde la realidad de la falta de atención que tienen los pobres reúne a mujeres y hombres cristianos, allá por donde va, creado cofradías de la caridad con el doble fin de ayudar al cuerpo y al alma de los que caen presos de la necesidad y no tienen a nadie que los asista.
Luego buscó sensibilizar a los ricos y creó las Damas de la Caridad. Pero no quedó conforme, no todo era cuestión de dar dinero. Por eso, con las criadas de éstas fundó las Hijas de la Caridad. La intención era ir más lejos que el sólo dar. Así, surgieron los misioneros, para evangelizar a los pobres.
Es todo un cambio revolucionario de roles en lo caritativo, que ha perdido fuerza con el misticismo simplista de una espiritualidad de la heroicidad. Era todo un cambio profético, un adelanto del Reino. Todos los que se unieron a su intuición daba más que comida solidaridad
5. Pasar del amor afectivo al amor efectivo (XI, 273; 733); del sentimiento a la acción. Es lo que los estudiosos han definido como la espiritualidad de la acción. Aunque no era original de san Vicente, y mucho tuvo que ver san Francisco de Sales, las expresiones parecen ser suyas.
Hunde sus raíces en la tradición, en San Agustín: "¿Cuáles son las dos alas de la caridad? El amor a Dios y el amor al prójimo". De una manera afectiva, vertical, se ama al pobre por amor de Dios, pero de una manera afectiva, horizontal, se hacen obras por el prójimo.
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