Parroquia La Milagrosa (Ávila)

viernes, 11 de septiembre de 2015

Crisis humanitaria (domingo 24 TO B)



Quien quiera poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, quien pierda su vida 
por causa mía y de la buena noticia, la pondrá a salvo 
(Marcos 8, 27-35)



Desde que recibimos el bautismo pertenecemos a Cristo, como a nuestro Señor y Salvador, también como nuestro hermano. ¿Hemos experimentado alguna vez nuestra elección bautismal como una opción consciente y personal por Cristo? Nuestra presencia aquí en la eucaristía implica que sí la hemos experimentado así. ¿Confirmamos y reafirmamos esa opción personal por Cristo en nuestro vivir cristiano de cada día, en nuestras relaciones de amor, justicia y perdón con todos los que nos rodean? Cuando nuestra fe entra en crisis, ¿renovamos conscientemente nuestra opción y decimos como Pedro: “Señor, tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, para mí Tú eres el Señor de mi vida.”

Pero situarse al lado de Jesús significa cargar, como él, con la cruz. El combate por el Reino implica el riesgo de la propia vida. "El que pierda su vida por mi y por la buena noticia, la salvará" Pero la cruz sitúa siempre a Cristo en el "otro lado de la historia", entre los crucificados del mundo, entre los que siempre pierden, entre los que no cuentan... Por ello tampoco en estos momentos donde los últimos son desplazados de sus países podemos mirar a otro lado. Nos toca abrir los ojos, las puertas, los brazos...

Y hacerlo como comunidad, como parroquia, como Iglesia, aunque a veces no sepamos cómo, ni cuándo, ni dónde. A todos nos gustaría arreglar la crisis humanitaria que estamos viviendo, que la Iglesia institución se comprometiera más, pero el problema no es simple. Primero tendremos que preguntarnos: ¿por qué permanecemos en la Iglesia, a pesar de que constatamos esos defectos que saltan a la vista, tanto en sus estructuras como en sus miembros? 

Para más tarde responder por qué sigo en ella. A mí, personalmente, me gustaría responder: Porque también veo sus numerosas cualidades y su profunda belleza. La Iglesia me trae su mensaje de vida, y especialmente, veo al Señor presente en ella. Es mi Iglesia, porque encuentro allí en ella a mi Señor. Él está presente aquí en la eucaristía, y también lo está en la comunidad. Y, por otra parte, reconozco que es una Iglesia en marcha y, por lo tanto, no puede ser todavía totalmente perfecta. Para mí la Iglesia no tiene que ser perfecta, porque es una Iglesia compuesta de frágiles seres humanos (fieles y líderes) que luchan y se esfuerzan, y, por lo tanto, el Señor está ahí trabajando en ella. 

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