La historia y la memoria nos muestran que las guerras, tragedias y catástrofes producen siempre una masiva y dramática huida de hombres y mujeres, niños y ancianos. A lo largo del tiempo los hemos llamado migrantes, asilados, desplazados, refugiados… La actual situación de su llegada a través de Europa exige ante todo la solidaridad de los gobiernos, de las instituciones públicas y de la ciudadanía consciente y comprometida, para disminuir en lo posible el sufrimiento de esas miles de personas y de las que seguirán llegando si no se abordan políticamente las causas de estos éxodos humanos. Pues la situación no es coyuntural, sino estructural y su solución no reside sólo en adoptar medidas rápidas de emergencia, sino en afrontar un cambio a fondo respecto a la inmigración, al derecho de asilo y el respeto efectivo de los Derechos Humanos aquí y en todas partes.
Recordemos que no estamos ante algo nuevo, por desgracia, sino ante una situación permanente en muchas áreas del mundo. Son muchos millones los inmigrantes, desplazados y refugiados que buscan o encontraron ya un lugar mejor para vivir, y de los cuales sólo una mínima porción llega a Europa, aunque eso despierta alarma social y fuertes medidas de control. En nuestra Fundación SEVILLA ACOGE cumplimos ya 30 años de presencia entre ellos y sabemos que nadie emigra o huye de su país por capricho, sino que se trata de víctimas de desplazamientos forzosos para salir de un estado de necesidad. Necesidad causada por la enorme desigualdad que aumenta sin cesar entre nuestro mundo enriquecido y sus países de origen.
De ahí que una verdadera política de inmigración y de asilo debería actuar sobre las causas de esa desigualdad, es decir, sobre las causas de las guerras, la miseria, la enfermedad, el desempleo, los débiles medios educativos, los criterios patriarcales y los fanatismos, el déficit de libertades y derechos, etc. Por eso, la primera proclama de nuestros responsables políticos y de los ciudadanos conscientes debiera ser la defensa del derecho a no emigrar nunca por la fuerza de la necesidad, y defender en el mundo unas condiciones de vida que nivelen el foso de las desigualdades existente entre el centro y la periferia; así nadie saldría de su país forzado, sino libremente si lo desea. Es cinismo político e hipocresía social si sólo se acogen a quienes huyen del fuego, pero no se adoptan los medios necesarios para apagar los incendios provocados en tantas partes del mundo. De modo que, si no vamos a las causas, de poco sirve lamentar y paliar en algo las consecuencias.
No estamos ante una crisis humanitaria pasajera, sino ante el resultado del fracaso de unas políticas centradas sólo en el control de los flujos migratorios mediante inversiones millonarias para financiar sus dispositivos (Frontex, Eurosur), vigilar fronteras (Melilla, Ceuta, Italia, Grecia, Mediterráneo), la restricción de derechos a inmigrantes (devoluciones en caliente, negación de tarjeta sanitaria, etc.), la eliminación del 80% del presupuesto estatal para cooperación al desarrollo, etc…
No estamos ante una crisis de refugiados que cesará cuando termine la guerra en Siria, sino ante los resultados de una política geoestratégica de la OTAN, de los intereses de EE.UU en la zona, de los fundamentalismos político-religiosos de los países árabes y otros, del conflicto interminable en Israel-Palestina, de la invasión neocolonial de gran parte de África por poderes económicos multinacionales, de terrorismos diversos, etc. La magnitud de los conflictos provoca que la emigración no sea algo pasajero, por lo que la gente seguirá saliendo o huyendo de allí donde es muy difícil vivir. No habrá suficientes muros ni alambradas con cuchillas que los detengan. “Seguirán viniendo y seguirán muriendo, pero no hay nadie capaz de contener los sueños”. Por ello, cumplamos unos y otros -gobiernos y ciudadanos conscientes- con nuestras obligaciones humanitarias, pero sin olvidar el deber de conocer y denunciar las causas y a sus responsables y exigir sin cesar un orden mundial justo.
En muchos lugares crece el clamor ciudadano de personas y organizaciones de todo tipo y se multiplican innumerables iniciativas de ayuda ante la llegada imparable de refugiados a Europa. Ante este empuje cívico, los Gobiernos, a remolque y de mala gana, quieren asumir algunas medidas de acogida. Ojalá que toda esa reacción positiva sirva para cambiar las políticas de asilo -y también las de inmigración- en la Unión Europea y concretamente en nuestro país. Es un sarcasmo hipócrita mostrarse generosos con unos y duros con otros. Sería una cruel paradoja tratar a los refugiados como sujetos de derechos, pero negárselos al mismo tiempo a las personas inmigrantes, tanto a las que llevan años viviendo aquí como a todas las que calladamente siguen llegando. Por eso, queremos ver cuánto tiempo durará esta toma de conciencia del drama humano de la emigración y cuál será el impacto real sobre las decisiones de nuestros gobernantes, no sólo a corto sino a largo plazo.
La Fundación Sevilla Acoge, tras tres décadas haciendo acogida de personas migrantes, continúa en ese compromiso. Y ante la actual situación de emergencia humanitaria, está unida con las diversas iniciativas ciudadanas que se están implantando en nuestra ciudad. Queremos una ciudad comprometida con los Derechos Humanos no sólo ahora sino siempre y en cualquier circunstancia humanitaria
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