Parroquia La Milagrosa (Ávila)

viernes, 13 de noviembre de 2015

Tiempo de vida (domingo XXXIII del TO)



En lo referente al día aquel o la hora, nadie sabe
Mc 13, 24-32

En la tumba de un faraón de Egipto se encontró un puñado de granos de trigo que tenían cinco mil años de antigüedad. Alguien plantó los granos y los regó. Y, para asombro suyo, los granos cobraron vida y germinaron. ¡Después de cinco mil años!

Inmersos en los quehaceres diarios, en nuestros trajines y preocupaciones, no siempre reparamos en lo que es en realidad el tiempo. Para empezar, es una dimensión de la vida que no tiene propiedades. Ni es bajo ni alto, ni gordo ni delgado, ni viejo ni joven, ni siquiera es pasado, presente o futuro. El tiempo tiene los atributos que nosotros queramos darle o como diría Borges, estamos hechos de tiempo y yo añado, y nos han colocado en un espacio.

El tiempo, en todo caso, está destinado a liberarnos para la vida; sin embargo, en lugar de hacerlo, nos esclaviza. En lugar de escuchar a las personas con las que estamos, no dejamos de mirar el reloj para asegurarnos de estar a tiempo con la persona que viene detrás. Vivimos con nuestra mente en alguna otra cosa, en lugar de estar atentos a la presencia de Dios en el presente. Así, nos perdemos tantas cosas: el crecimiento de nuestros seres queridos, los años importantes de nuestra entrega a una causa, a un proyecto, a nuestra opción de vida que a veces ni siquiera tomamos, los llamamientos interiores a vivir de modo nuevo… Perdemos el tiempo y pensamos que estamos viviendo. ¡Qué triste! ¿Por qué no intentamos estar en el aquí y ahora?

El tiempo es sagrado. El tiempo es santo. El tiempo es la materia prima de nuestro ser y estar material que, junto al espacio, nos sitúa en lo sacramental. Así la historia no es algo del pasado, sino fundamento del presente y el futuro. En la actualidad nos consideramos fruto de un pasado, que sigue su curso en el presente y se encamina hacia el futuro. La historia es una categoría que salva, no que constriñe, oprime o aliena. Por ende, la escatología de la que habla hoy el evangelio está implícita en la manera de entender la existencia, pero se trata de lo último dentro de la marcha del mundo, no más allá de él.

De algún modo tenemos que alcanzar a comprender que esta vida es nuestra vida y que el modo de gastarla terminaran determinando la clase de persona que alcanzaremos a ser. Esta vida, sujeta al tiempo y al espacio, esta para ganarla perdiéndola. Sería tristísimo llegar al final de la misma diciendo: ¡Podría haber… Debería haber… Y sí…, pero no lo hice…!

Mientras, porque no aprendemos de la higuera como nos recuerda Jesús. En los brotes que empiezan a moverse en la primavera, tenemos que adivinar los futuros higos. En cualquier fragmento de realidad está ya Dios plenamente y nos habla. Y si, también, nos está diciendo Jesús es que seamos ‘higuera’, que tengamos los ojos del corazón adiestrados para ver en nosotros los cambios, el incremento que provoca el Dios en nosotros, no para saber qué queremos, qué debemos o qué podemos hacer, sino para adivinar los frutos de lo que está por venir cuando nos abandonamos incondicionalmente a la donación de sí.



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