Parroquia La Milagrosa (Ávila)

jueves, 19 de noviembre de 2015

Ser compasivo humaniza (Adviento en el jubileo de la misericordia)



Adviento en el jubileo de la misericordia: llamados a ser (no a tener) consuelo (La compasión misericordiosa o la misericordia compasiva)

Un antiguo cuento jasídico nos dice que en otro tiempo la congregación judía de una localidad estaba muy preocupada por la desaparición de un rabino todos los sábados por la noche. ¿Iba a cantar con los ángeles? ¿iba a orar con Elías? ¿iba a comunicarse directamente con Dios? …

Después de meses de que esto ocurriera, finalmente enviaron a alguien a seguirle para que les informara de adónde iba el rabino. De manera que la siguiente noche de sábado, el rabino tomó un camino de la montaña, ascendiendo a la cima hasta una casita al lado de un acantilado. Y allí, como vio el observador por la ventana, yacía en cama una anciana gentil enferma.

El rabino se pudo a barrer el suelo, cortar madera, encender el fuego, hacer un gran puchero de estofado, lavar las sábanas… Y después se marchó rápidamente para estar de vuelta en la sinagoga a la hora de las celebraciones matutinas. El observador regresó también sin aliento.

Y bien –quiso saber la congregación-, ¿va nuestro rabino al cielo? El enviado a espiar al rabino reflexionó un momento y dijo sonriendo suavemente: no, amigos míos; nuestro rabino va mucho más arriba que el cielo.

Jesús lloró (Jn 11,33)

En la vida hay algunas clases de dolor que no pueden ser eliminadas: la pérdida, las heridas, el rechazo, la discapacidad… pero quienes comparten el dolor ajeno saben lo que es hablar del amor de un Dios que no cambia las circunstancias que nos condicionan, sino que atraviesa con nosotros esas situaciones, acompañándonos en cada paso del camino.

El dolor es la dimensión de la vida humana que no llama a dar y, algunas veces, a recibir esa atención incómoda, a menudo incompleta, pero siempre sanadora que consiste en sentarse simplemente con quienes están (estoy, estamos) heridos.

Verdaderamente, el consuelo es algo pequeño y tierno. Lo único que precisa es presencia asidua, escucha paciente y verdadero interés. Puede que por eso haya poco consuelo en el mundo, porque exige que salgamos de nosotros mismos y vayamos hacia el otro de un mono que no nos beneficia en absoluto. De hecho, el consuelo es algo sumamente raro.

Compartir el dolor de otra persona abre el corazón del Dios que busca siempre entere nosotros el rostro más parecido al suyo. Por eso, me da que pensar respecto al cuento que se deja una cuestión sin resolver: ¿qué le pasó al rabino? ¿continuó la congregación con él o buscaron uno nuevo? Eso sí, de buscar otro sería por el bien de la fe, por supuesto.

Ser compasivo humaniza

“La compasión es lo que nos hace verdaderamente humanos y nos impide convertirnos en piedras, como los monstruos de impiedad que aparecen en los mitos” (Anatole France)

Al tratar de encontrar bibliografía sobre la compasión, he observado que es más bien escasa. La mayoría de los autores sitúan la virtud de la compasión a medio camino entre el amor y la ternura. Por eso, con buen acierto, nuestro Diccionario de la Real Academia define la compasión como “sentimiento de ternura y lástima que se tiene del trabajo, desgracia o mal que padece alguno”. Seguramente no suene bien en los oídos del lector la palabra lástima, pero el Diccionario de la R. A. nos reconduce a la ternura desde el amor, pues define lástima como, “enternecimiento y compasión que excitan los males de otros”.

Vemos, por tanto, que la compasión se exterioriza, se manifiesta como sentimiento de ternura, pero necesariamente arranca del amor, se nutre de él, pues ya sabemos que la ternura es siempre consecuencia del amor; como el calor lo es del fuego.

No es que no aprecie en lo que vale la compasión en su sentido más estricto de padecer con el otro, acompañarle en su dolor, estar a su lado y hacerle compañía cuando todo parece perdido y que poco o nada podemos hacer por quien sufre un mal incurable.

Reconozco la nobleza de corazón y el amor, que entraña esta compasión estática y de carácter más bien pasivo. Pero la compasión de la que yo hablo va más allá de la simple lástima, del llorar con el que llora o sufrir con el que sufre, para que sea más leve y llevadero su llanto y su dolor.

Yo hablo de una compasión activa y dinámica, cargada de consuelo, pero sobre todo de esperanza, la compasión como valor, como virtud. No dudo en afirmar como Buda que “la mayor de las virtudes es la compasión”, siempre que al compartir el dolor, el sufrimiento o la soledad de los demás, sepamos llevar a sus corazones doloridos el bálsamo de un consuelo real y orientar sus vidas hacia la esperanza, a encontrar alternativas al padecimiento y, en última instancia, a sublimarlo y a sentir la calma del espíritu.

Es más compasivo quien ya ha padecido el infortunio

Ser compasivo es estar diligente, pronto y atento a revestirse de ternura y comprensión para con aquellas personas que se sienten atenazadas por la enfermedad, la pobreza y la desesperanza. La toma de contacto ha de iniciarse con un trato cordial y afable expresado en el gesto benevolente, la amplia y sincera sonrisa y la palabra cálida y amable que despierten en el hermano que sufre los sentimientos de comunicación y amistad.

La solicitud, iniciada con el deseo por compartir el sufrimiento ajeno y aliviarlo en la medida de lo posible, se transforma en amor auténtico cuando recibe el impulso incontenible de la generosidad y de la solidaridad.

Practicas la compasión cuando acoges al menesteroso y le das cálida y sincera hospitalidad en tu corazón, con sumo tacto y delicadeza, y le aceptas de manera tan natural y espontánea que es imposible que se sienta humillado por tu acción compasiva y hospitalaria.

Si miras detenidamente en tu derredor; verás que son incontables las personas aisladas, solitarias, enfermas y pobres que desfallecen lentamente a pocos pasos de ti. Lo tienes fácil, sólo necesitas esbozar una sonrisa, tender una mano firme y cálida y ofrecerte solícito como hermano y amigo para proporcionar consuelo y esperanza. Tras el consuelo que le reportará tu compañía y sentirse comprendido y aliviado en sus temores, sufrimientos y desgracias, has de dar paso a la compasión dinámica, la que pasa a la acción y arbitra soluciones para que el hermano que sufre transforme sus dolores y sufrimientos en gozo y serenidad del espíritu. Como ves, ser hospitalario, solícito y compasivo está al alcance de cualquiera.

Contagiar a quien sufre la alegría de vivir

“Sabes que para algunos la vida es un insoportable dolor. Entra en su sufrimiento, en su soledad. Baja de la cumbre de la autosuficiencia hacia el valle de los hombres solos y enfermos” (Phil Bosmans)

“Se ponía al lado de los desgraciados, de la gente oprimida y triste, y hacía un esfuerzo mental para consolarlos y no les dejaba hasta que una luz de alegría les iluminaba el rostro” (Jean Giraudoux)

Una vez que hemos arropado con nuestras palabras de aliento, nuestra sonrisa y nuestro calor humano a aquel para quien la vida se ha convertido en un insoportable dolor y hemos entrado con respeto, ternura y tacto en las profundidades de su soledad y de su sufrimiento, la compasión se ha de convertir en firme y confiada esperanza contagiosa y traducirse en pensamientos de claro matiz positivo que le inunde por todas partes de la alegría de vivir.

Como dice E. W. Wilcox, «ningún sendero es enteramente áspero. Hemos de buscar los parajes amenos y luminosos y hablar de ellos al fatigado oído de la tierra, tan herida por la continua violencia del mortal descontento, del pesar y de la pena». Sin duda, en todo ser humano que padece, más allá de su soledad y de su sufrimiento podemos encontrar parajes amenos y luminosos, que él no acierta a descubrir y nosotros, al ejercer una compasión activa, hemos de ayudarle a encontrar.

La compasión dinámica y activa que arranca de un auténtico amor no descansa hasta lograr que el hermano que sufre por enfermedad, soledad, insoportable dolor o desesperanza, abra de par en par las puertas de su corazón y de su mente al júbilo, la esperanza y la alegría de seguir viviendo. Es preciso ayudar al que sufre a dilatar la fe en sí mismo y en los demás y hacerle sentirse hermanado y unido con los otros seres de la Creación, diluyendo su pena y su dolor en el inmenso mar del Amor Universal que parte de nuestro Creador y cuyas aguas llegan hasta la más sencilla y apartada playa de cada ser humano.

Pero, además, hemos de proponernos educar para la compasión a nuestros hijos, enseñándola como asignatura del amor de la solidaridad y de la confraternidad desde los primeros años de la infancia. Al crear hábitos de hacer el bien en nuestros descendientes, les conducimos seguros por la única senda que acorta todas las distancias hacia la auténtica felicidad. Como dice un proverbio hindú: “El bien que hicimos la víspera es el que nos trae la felicidad por la mañana”. 

Estas reflexiones pueden servir para realizar un retiro de adviento. 

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