Dichosos los pobres
Mateo 5, 2-12
Esta fiesta puede tener para nosotros un profundo sentido religioso, si la entendemos como invitación a la unidad de todos los seres en Dios. No recordamos a cada uno de los seres humanos como individuos. Al decir todos, celebramos la Santidad (Dios), que se da en cada uno de nosotros. No se trata de distinguir mejores y peores, sino de tomar conciencia de lo que hay de Dios en todos y dar gracias por ello. El hombre perfecto no solo no existe, sino que no puede existir. Decir ‘ser humano’ lleva en sí la limitación y por tanto la imperfección en todos los órdenes. Dios no necesita eliminar la imperfección en nosotros.
Pero antes de entender esto con la cabeza, necesitamos aprender a reconocerlo con todos los sentidos. Entonces, ¿sabes reconocer a un bienaventurado? Una persona feliz, algo tendrá de diferente, ¿no?
pues no, ni mucho menos
- ¿será más guapa?
- ¿tendrá una profesión más gratificante?
- ¿una gran familia que le quiere?
- ¿seguridad, tiempo libre, una vida tranquila?
- ¿futuro, sueños, posibilidades, ilusiones?
pues no, ni mucho menos
¿Queréis ver a uno? Asomaros a la televisión en la hora de los noticieros... salen todos los días:
- A diario salvan hombre, mujeres, ancianos y niños.
- Se les agotan los recursos, pero se resisten a no seguir cerca de los naufragios.
- Se niegan a marcharse dejándolos a la deriva.
Si quieres ver a un dichoso lo encontraras sudando, llorando, trabajando, perdiendo, esperando, desesperando, cuidando, empeñándose, huyendo, cayendo, buscando, consolando, luchando, escuchando, compartiendo, necesitando, amando.
Puede que muchas cosas nos hagan felices, pero dichosos, solo si buscamos, luchamos, amamos... nos entregamos incondicionalmente a la causa de Jesús.
Las bienaventuranzas quieren decir que es preferible ser pobre, que ser rico opresor; es preferible llorar que hacer llorar al otro. Es preferible pasar hambre a ser la causa de que otros mueran de hambre porque les hemos negado el sustento. Dichosos, no por ser pobres, sino por no ser egoístas. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no oprimir. La clave sería: Las riquezas no son el valor supremo. El valor supremo es el hombre. Hay que elegir el reino del poder o el Reino de Dios. Si elegimos el ámbito del dinero, habrá injusticia e inhumanidad. Si estamos en el ámbito de lo divino, habrá amor y humanidad.
Si la pobreza es buena, por qué la evitamos. Si es mala, cómo podemos aconsejarla. Ahí tenemos la contradicción, al intentar explicar las bienaventuranzas. Pero por paradójico que pueda parecer, la exaltación de la pobreza que hace Jesús, tiene como objetivo el que deje de haber pobres. El enemigo numero uno del Reino de Dios es la ambición, el afán de poder, la necesidad de oprimir al otro. Recordad las palabras de Jesús: “no podéis servir a Dios y al dinero”. La praxis de Jesús es su vida diaria, es el único camino para entender las bienaventuranzas. El Reino de Dios es el ámbito del amor, pero para llegar a ese nivel, hay que ir más allá de la justicia. Mientras no haya justicia, el amor es falso. Ya decía Plotino: “Hablar de Dios sin una verdadera virtud es pura palabrería”
Que la fiesta de los difuntos este ligada a la de todos los santos tiene un profundo significado teológico profundo. El pueblo creyente lo ha captado muy bien. Litúrgicamente ‘los difuntos’ se celebra el día 2, pero para el pueblo sencillo, el día de todos los santos es el día de los difuntos, sin más. Ese día, muchas veces cada vez que ven la foto de sus seres queridos, o huelen, ven, reconocen un objeto o una palabra o un expresión de ellos, hacen memoria, recuerdo perpetuo, de los que viven sin estar sujetos al tiempo y el espacio.
Así, si todo ser humano tiene un fondo impoluto (Dios), Dios tiene que amarnos precisamente por eso que ve en nosotros de sí mismo. No puede haber miedo a equivocarse. Todos son santos en su esencia, y eso es lo que se integra en Dios porque nunca ha estado separado de él. Por eso, recordar a los difuntos entraña dar gracias a Dios por todos aquellos seres humanos que han hecho posible que nosotros seamos lo que somos hoy. Este es el sentimiento religioso que se identifica con el sentimiento más humano que podamos imaginar.