MADRID.
ECLESALIA, 31/07/15 .- Recién iniciada la lectura de la Carta Encíclica LAUDATO SI’ sobre el cuidado de la Casa Común, que el Papa Francisco nos ha entregado para animarnos en esta empresa común; tuve que interrumpir la lectura del Capítulo Primero, titulado “Lo que está pasando en nuestra casa”, porque una personita reclamaba mi atención en otra parte de la casa: mi nieto de dos años y medio.
Dejé en el sofá el libro con la señal y el lápiz que uso para subrayar (mucho hay que subrayar en este documento). Fui a ver qué quería y de vuelta me entretuve en alguna cosa y mi nieto me tomó la delantera. Cuando volví a la lectura pude comprobar que el pequeño quiso participar y dar su toque personal a la Encíclica.
Al parecer dedujo que, si aquel libro tenía un lápiz entre sus páginas y había líneas subrayadas, podía aportar algo a su manera. Hizo un garabato, con cierto aire conceptual, que recuerda un gran corazón con sus aurículas y ventrículos.
Está claro que quiso subrayar, hacerse presente en un documento que debe ponernos alerta para que su futuro llegue a serlo. Para que él, sus hermanos, y todos los que ahora son niños en esta Casa Común, puedan disfrutarla y cuidar de ella por derecho, como herederos de un bien que no pertenece a ninguna generación pues fue creada para compartir y entregar en las mejores condiciones. Nos apremia a que la rescatemos del poder de la ambición desmedida.
Quizás, pensé, el dibujo de mi nieto es más que un subrayado; es un grafiti. Ese arte clandestino que se atreve a denunciar y consigue expresarse libremente contra toda expresión controlada.
Los trazos de un niño de dos años me mueven a leer la Encíclica con una longitud de mira mucho mayor: mi nieto representa a los que deberían heredar un mundo donde crecer felices, no un cubo de basura donde pelear por una supervivencia inhumana.
Inició su trazo en este párrafo: “La tecnología que, ligada a las finanzas, pretende ser la única solución de los problemas, de hecho suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples relaciones que existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve un problema creando otros”. Si a este niño, que está inmerso en la tecnología de este tiempo, no se le acerca a ver el misterio de esas relaciones para que sepa discernir, cuando tenga edad para ello, lo que perjudica y lo que favorece en el cuidado de la Casa Común, mal vamos y peor irán. El futuro estará hipotecado.
Siguen los trazos y sigue la Encíclica hablando de la contaminación, los residuos, los desechos peligrosos… “La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”. Mientras a mi nieto se le enseña a lavarse los dientes, recoger sus juguetes, cuidar los cuentos y ordenarlos en su estantería, etc. Cuando sepa que hay una Casa Mayor que cuidar y proteger quizás aprenda a vivirla como suya y cuando sea adulto se implique en el cuidado y en la denuncia de las injusticias que se cometen contra ella.
En el último renglón subrayado por mi nieto dice la Encíclica: “Muchas veces se toman medidas sólo cuando se han producido efectos irreversibles para la salud de las personas”. Ya hay muchas personas que han muerto o enfermado. Los niños son especialmente sensibles a la hora de sufrir los efectos del deterioro medioambiental y más si viven en la pobreza tantas veces causada por medidas arbitrarias en la ordenación de la economía, las finanzas y el medio ambiente.
Sigo leyendo la Encíclica LAUDATO SI’, ya sin “ayuda” gráfica de mi nieto, pero sí con la que me ha proporcionado para seguir: tener presentes los ojos de los niños mirando el mundo que les rodea, desenmascarando y denunciando el engaño que tantas veces les proponemos como verdadera vida.
Estemos atentos a los pequeños profetas. “A ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo…” (Lc 1, 68-79, Benedictus). Ellos están más cerca, todavía no han perdido la inocencia ni se han puesto las máscaras.