Parroquia La Milagrosa (Ávila)

sábado, 3 de octubre de 2015

Unidos en el amor (domingo 27 TO)


Dios los hizo hombre y mujer (…) y los dos se hacen una sola carne. (…) Así, pues, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre (Mc 10, 2-16)

Todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal (F. Nietzsche)

Bastante complicado está hacer hoy exégesis del evangelio. La pregunta que le hacen a Jesús para pillarle en algún renuncio, no es ningún legalismo absurdo de los judíos, sino una pregunta esencial sobre cómo y cuál debería ser el marco ideal para que las personas, como individuos, puedan alcanzar un desarrollo integral y humano que dé respuesta a la igual dignidad de cada uno y a la innata necesidad de vivir asociados, no solo para que la vida sea más fácil, o para conseguir protección o ayuda, sino para tejar relaciones empezando por lo más básico: Amar a otra persona como diferente nos ayuda a que las dos crezcamos.

Decía que es difícil valorar la propuesta que hacen unos y otros en esta página del evangelios, porque cada tiempo ha concretado un modelo de la manera ideal para el mejor desarrollo del ser humano. Por eso, de este pasaje tenemos que sacar lo esencial: la importancia del amor y la intuición de que Dios, por medio de su acción creadora, va colocando junto a nosotros a otras personas con las que juntos hacer camino.

Así, en nuestro tiempo los modelos se multiplican y aunque la pluralidad que hemos conquistado es una riqueza, no está exenta de peligros cuando nos arrimamos a los extremos. El Papa Francisco nos lo advierte sobre acercarse exageradamente a uno de los polos: Esta revolución de las costumbres y la moral ha enarbolado a menudo la bandera de la libertad -entre comillas- pero en realidad ha traído la devastación espiritual y material a innumerables seres humanos, especialmente a los más vulnerables

Al otro extremo está el exagerado conservadurismo, mal entendido, que hace valer más lo institucional que la persona al valora más que el amor y la unidad entre una pareja, las reglas del juego que hemos diseñado para que ambos y ambas consiga sus fines. Por eso, este debate social y religioso que nos traemos al respecto de cómo tienen que ser las primeras puntadas del tejido social, porque en la unión de dos seres que se atraen y deciden unir sus vidas están en juego cuatro pilares del edificio donde se puede desplegar una verdadera humanidad: la necesidad de no estar solo, el despliegue del regalo de la sexualidad, el amor y la familia.

Por lo tanto, en nuestro tiempo no se trata de si el matrimonio cristiano es para todo la vida o no. No nos confundamos. Lo que hace al matrimonio indisoluble es el amor, no el sacramento. 

La fuerza del amor que todo lo cree, todo lo escusa, todo lo soporta, todo lo espera (I Cor 13) sostiene y proteja todos los entramados relacionales de las personas, desde los más básicos (pareja, amigos, comunidad), hasta los más amplios (comunidad humana, mundo). En todos puede haber un descosido, pero cuando esto sucede en el tejido familiar donde la convivencia es directa y las distancias muy cortas, es fácil salpicar a los próximos de dolor, amargura, desencanto; entonces, puede ser tan grande la desafección que puede que sea inevitable la ruptura.

Por esto mismo, tan importante es cuidar de esas primeras puntadas, como de las últimas. Estar muy atentos a cómo solucionamos el desarrollo personal en opción de vida, para extender lo esencial de lo primario a todos los ámbitos relacionales que construyen sociedad a golpe de amor, entrega, generosidad y sacrificio, para que trabajemos todos juntos por un mundo mejor donde las únicas diferencias sean las que nos hacen únicos a los ojos de Dios y nuestros hermanos y hermanas, los hombres y las mujeres, junto a los cuales escuchamos el querer del Padre y nos ponemos a trabajar, guiados por el Espíritu, en la construcción del Reino que comenzó Jesús. 




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