Parroquia La Milagrosa (Ávila)

jueves, 15 de octubre de 2015

Un Dios que humaniza


Comenzamos una nueva sección Palabra y Poética. En la gran herramienta pastoral de Internet de Fe Adulta, cada semana Vicente Martínez se acerca al evangelio dominical con la fe, la Palabra y la poesía para ofrecer reflexiones que se entiende con el corazón más que con la cabeza, reflexiones que son para leer más que para predicar. Esperamos os sirvan para meditar y orar.  

Un Dios que humaniza
Escrito por  Vicente Martínez

-“En esta reciprocidad, Dios se hace hombre, se humaniza, y el hombre se hace Dios, se diviniza”  (Alphonse et Rachel Goettmann)


18 de octubre, domingo XXIX del TO


Quien entre vosotros quiera llegar a ser grande que se haga vuestro servidor; y quien quiera ser el primero que se haga esclavo de todos. Mc 10, 35-45


Seguir a Jesús es ante todo una opción de vida, e instituyó el servicio como un requisito fundamental para considerarse cristiano: amar y servir son los signos. En la novela San Manuel Bueno de Miguel de Unamuno, el protagonista, párroco de su aldea, ayudaba a los feligreses en todo cuanto podía. Era el alma del pueblo, el personaje que tomaba todas las iniciativas. Una cura muy activo que siempre quería estar haciendo algo. Estrecho colaborador del médico y del maestro, se interesaba por la vida de todos, tanto espiritual como materialmente.

Don Miguel utilizó en su relato el simbolismo del nombre bíblico Emmanuel –“Dios con nosotros”- y lo aplicó a Manuel Bueno. Su coadjutor y continuador de su obra, Lázaro, dijo esta frase, que pone de manifiesto la tarea misionera que debe primar en la agenda de todo fiel cristiano: “Él me hizo un hombre nuevo, un verdadero Lázaro, un resucitado. Él me dio la fe”. Es evidente que San Manuel era “el forjador de una nueva religión, nueva no por su forma, sino por su interioridad”, como le retrató el ilustre Rector de Salamanca.

Jesús se humaniza haciéndose niño y proponiendo a sus discípulos que para entrar en el reino es necesario hacerse como ellos.  Sandor Marai nos señala en su novela El último encuentro, el camino dela reflexión para lograrlo: “Estuvieron largo rato sentados así al pie de la higuera. Escuchaban el mar: su rumor les era conocido. Murmuraba como murmuran los bosques de su patria. El niño y la nodriza pensaron que todo estaba conectado con el mundo”.

Una conexión que el mundo real no siempre nos permite establecer con el entorno. El dramaturgo rumano Eugène Ionesco (1909-1994) nos manifiesta este absurdo en su obra La cantante calva, donde dos de los protagonistas, que han venido de Manchester a Londres en el mismo compartimento del mismo mismo tren, que residen en el mismo piso del mismo edificio, que viven en la misma habitación y se acuestan en la misma cama, no llegan a convencerse de que se conocen y  que, probablemente, son marido y mujer. Ionesco nos presenta a dos típicos cónyuges que, a pesar de que llevan varios años casados, no han llegado a conocerse. Y pretende decirnos que los seres humanos estamos aislados, sin lograr nunca conocernos realmente aunque vivamos juntos en la más íntima relación.

Esto que tan difícil nos parece a nivel personal, ocurre en grado sumo si lo consideramos en la perspectiva de relaciones entre países, continentes y espacios siderales. Posiblemente Rubén Darío lo atisbó en estos versos de su poema Cantos de Vida y Esperanza:

“La torre de marfil tentó mi anhelo,
quise encerrarme dentro de mi mismo,
y tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde las sombras de mi propio abismo”.

Se es cristiano en la medida que uno se humaniza; peculiaridad generada por sí mismo y el entorno, en aquel “yo soy yo y mis circunstancias” orteguiano. Jesús lo atribuyó a un Dios Amigo que asume la tarea de la humanización del hombre desde fuera. Una creencia hoy escasamente sostenible. El Evangelio nos oferta este domingo una vía nueva: seguir al Maestro en su propuesta de servicio a los demás, de entablar relaciones positivas con los restantes seres del mundo y, en primer lugar, con nuestros semejantes: “En esta reciprocidad, Dios se hace hombre, se humaniza, y el hombre se hace Dios, se diviniza”, como apuntan Alphonse et Rachel Goettmann.

En su película El Maestro de música (1987), el director belga Gérard Corbiau nos presenta a su protagonista Joachim Dallayrac como un maestro de la vida  que enseña a sus dos jóvenes alumnos Sophie y Jean, que la felicidad no se halla fuera de nosotros. Es algo que vive en lo más hondo de nuestro corazón, y es ahí donde tenemos que buscarla. El cineasta contrapone a esta visión profunda de la existencia, la propuesta superficial del príncipe Scotti: un palacio suntuoso, ostentación del poder y del dinero, brillo y reconocimiento social.

La Iglesia se humaniza cuando el Papa Francisco, su máximo representante, después de despedirse en Washington C.D. (24 de septiembre 2015) con un suculento discurso pronunciado ante el Congreso, salpicado de referencias a los pobres, se fue a comer con ellos en Caridades Católicas, un austero plato del día: pollo con fideos.


Eterno Génesis del Caos,
de humus de la Tierra a Pan del Cielo.
Nace del lodo el Lotus,
y abre sus pétalos a Helios.

En el hogar, mientras camina,
la Humanidad teje su Pan y su Sarmiento.
Lo vendimia, lo siega,
lo amasa y lo conforma con fermento…

Espíritu y Materia
en el altar del Universo.

La terrenal cocina hizo el milagro.

Dios, el Alimento.

(EN HIERRO Y EN PALABRAS, Ediciones Feadulta)


Fuente: feadulta

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