Parroquia La Milagrosa (Ávila)

viernes, 19 de diciembre de 2014

Regalos que alumbran



En cierto sentido, el misterio de la encarnación se repite en cada mujer; todo niño que nace es un dios que se hace hombre (Simone de Beauvoir)


21 de diciembre, domingo IV de Adviento

Lc 1, 26-38.
  • Concebirás y darás a luz un hijo.
  • Respondió María: "Aquí tienes a la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra"


Regalos que alumbran - 4 Adv B

Es la Humanidad quien concibe en su vientre al Salvador. El proyecto de Dios lo descifra el aria de EL Mesías de Haendel cuando canta el tenor el versículo de Isaías (Is 40, 4): Que los valles se alcen, que montes y colinas se bajen, que lo torcido se enderece y lo rugoso se aplane. Un proyecto que se realiza cada vez que un hombre y una mujer engendran. Hace más de dos mil años, sucedió en Nazareth.

Pero ni Nazareth ni Isaías pueden ser tópicos comunes para un cristianismo centralista y obtuso. La Encarnación del Verbo se solidariza más con la humanidad cuando la contemplamos fruto exclusivo de la tierra, que cuando nos empeñamos en mostrarla adulterado fruto de los cielos.

Las entrañas del mundo y de María, como las de cualquier mujer, son universales. Hay en ellas cabida para todos los seres.

San Pablo nos recuerda en Rom 16, 25-26, que el misterio mantenido en secreto durante siglos, ahora se ha manifestado. Un misterio que a mi parecer no ha consistido en el nacimiento de un hijo natural de Dios, sino en revelarnos hoy que es, como todos nosotros, hijo natural del hombre. Simone de Beauvoir escribió que "En cierto sentido, el misterio de la encarnación se repite en cada mujer; todo niño que nace es un dios que se hace hombre".

Y Luis Felipe lo certifica en estos versos:

Y ¿cuál es más milagro, señor profesor,
que la Luz se haga carne
o que la carne se haga luz...
que salga el Cristo de la tierra como el pan...
o que caiga el Cristo de los cielos como el agua?


Desde luego, personalmente me encuentro más a gusto pensando que sale de la tierra como el pan, que viéndole caer como agua del cielo.

En aquel luminoso amanecer de vida, la Luz no se hizo carne sino que se hizo luz la carne.

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