Parroquia La Milagrosa (Ávila)

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Que salga Cristo de la tierra como el pan...



Necesitamos silencios, más que otra cosa, para adentrarnos en el misterio de esta noche... más aun si cabe en estos días llenos de ruidos... llenos de luces... llenos de excesos... Silencio, contemplación, sabiduría: estas fueron las herramientas de los primeros cristianos para penetrar la experiencia que tuvieron de Dios con Jesús. Desde ella y en comunidad es como surgieron la riquísima variedad de expresiones del acontecimiento de la encarnación.

Mateo y Lucas recreando el nacimiento de Jesús como una buena noticia para los pobres, al margen de los círculos de poder, en condiciones de precariedad, humildad y persecución.

Antes Pablo, en su carta a los Filipenses, apuntó en un himno la encarnación como una acción dinámica: el que era Dios y estaba más arriba, se vació por completo para llegar a lo más abajo (identificarse con la condición de humano) para estar más cerca (especialmente de los más pobre) y poder ir más lejos (pasar por la vida haciendo el bien) hasta la donación total de su vida.

Juan, con un poco más de distancia, con un discurso provocativo y denunciante nos presenta el misterio con varias imágenes: La luz del mundo vino a las tinieblas y no supimos verlo; el invisible se hizo visible, la palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

Yo he estado orando esta semana acompañado de esta última imagen de Juan. Esta noche habría que poner un signo alternativo a nuestros tradicionales "misterios": una caja volcada donde está la palabra. Y quiero haceros partícipes de mi experiencia de Dios con nosotros, para esta noche, sirviéndome de mi propia experiencia humana de acampar.

Acampar es muy distinto a instalarse, residir, asentarse... El que acampa no suele disponer de un terreno, ni ejercer derechos de propiedad sobre él, ni siquiera puede estar seguro de que no será arrojado fuera.

Una tienda es algo frágil; hay que plantarla al abrigo de la ladera de un monte o de un muro porque esta expuesta a todos los vientos y a todas las intemperies.

Una tienda se instala casi sin herir la tierra, casi sin hacer ruido, como pidiendo tímidamente permiso y asegurando que no va a molestar...

El que acampa no se protege con puertas blindadas ni con alarmas; su única defensa consiste en confiar en que su misma debilidad y pobreza le defenderán de cualquier codicia...

Esta imagen tiene suficiente fuerza para mí: Jesús vino a vivir y vive así entre nosotros; pero sacar las consecuencias que esto tiene para nuestro estilo de estar en el mundo es tarea de todos y para toda la vida; es tarea personal y tarea comunitaria.

Para empezar, nunca debemos de dejar de esperar a Dios y para ello necesitamos entender que Dios, el que es Palabra –una Palabra que se hace carne– tiene algo que decirnos. No creo que haya nadie que lo tenga todo claro sobre Dios. Bueno, ni sobre Dios, ni sobre los otros, ni sobre uno mismo. Y respecto a la fe, nadie que haya integrado perfectamente su mensaje, su palabra, su proyecto, su lógica. Nadie que deba sentarse, tranquilo, pretendiendo que lo tiene todo claro.

Pero lo sorprendente de Dios y su Evangelio es que constantemente nos desinstala, nos pone ante encrucijadas nuevas, y hace que la propia vida se ilumine de forma distinta. El que toda la vida cree en Dios como creía a los cinco años tiene un problema.

Los que experimentan a Dios con actitud desinstalada reconocen que la propia vida aspira a una plenitud que no tenemos. Vivir acampados es preguntarnos por eso que falta y buscar en el Evangelio respuestas. Puede parecer que mejor sería conformarse con lo que uno tiene sin aspirar a plenitudes imposibles. Pero, en realidad, el inconformismo es semilla de vida, es camino hacia la mejora, es la puerta abierta a lo nuevo necesario. Dejar de creer en ello es empezar a apagarse.

El mundo necesita una Buena noticia auténtica, no los  buenos deseos de humo que proliferan cuando se acercan estas fechas, frases tópicas y manidas, buenas palabras, que hacen que uno tenga ganas de bajarse de ese tren. Mucho alardeamos de “Paz” y “amor” y “compartir”, pero a la gente que sufre la violencia, la soledad o la pobreza no les sirven de nada si solo son buenos deseos o frases de Twitter. Si son únicamente buenos deseos y no van seguidos de nada concreto, son insuficientes.


Jesús no está instalado en medio de nosotros, sino acampado. Hoy celebramos esto para no olvidarlo, para que nuestros altos ideales, los discurso bellos y de buenas intenciones en las que nos movemos, hagan saltar por los aires nuestra vida asentada y cambiemos nuestra actitud vital que se puede concretar, hoy, aquí y ahora, en: (1) echarnos a la calle para indagar en los pesebres de nuestro mundo a ver si somos capaces de reconocer al Dios niño; (2) esforzarnos en descubrir la presencia encarnada de Dios, también, en lo cercano de cada día y todos los días; y (3) trabajar para que nadie nazca y viva sin las mínimas condiciones dignas de vida.

FN

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