Parroquia La Milagrosa (Ávila)

sábado, 24 de enero de 2015

Trescientos noventa



El próximo día 25 de enero, el pequeño grupo de misioneros que logró reunir San Vicente, cumple 390 años de andadura evangelizando a los pobres por todos los rincones de la tierra, hasta por los impensables e imposibles, como Madagascar, mientras el mismo Vicente dirigía la compañía.

Así pues, padres y hermanos míos, nuestro lote son los pobres, los pobres: Pauperibus evangelizare misit me. ¡Qué dicha, padres, qué dicha! ¡Hacer aquello por lo que nuestro Señor vino del cielo a la tierra, y mediante lo cual nosotros iremos de la tierra al cielo! ¡Continuar la obra de Dios, que huía de las ciudades y se iba al campo en busca de los pobres! En eso es en lo que nos ocupan nuestras reglas: ayudar a los pobres, nuestros amos y señores. ¡Oh pobres pero benditas reglas de la Misión, que nos comprometen a servirles, excluyendo a las ciudades!  Se trata de algo inaudito. Y serán bienaventurados los que las observen, ya que conformarán toda su vida y todas sus acciones con las del Hijo de Dios. ¡Dios mío, qué motivos tiene la compañía en esto para observar bien las reglas: hacer lo que el Hijo de Dios vino a hacer al mundo!: Que haya una compañía, y que ésta sea la de la Misión, compuesta de pobres gentes, hecha especialmente para eso, yendo de acá para allá por las aldeas y villorrios, dejando las ciudades, como nunca se había hecho, yendo a anunciar el evangelio solamente a los pobres!  (SVP, XI, 324).

Ser vicenciano es una manera especial de vivir la vida, una forma específica de entender la historia, de soñar un destino para la humanidad y para el mundo que nos acoge, en concreto, amparados en la imagen que San Vicente recogió de Jesús haciéndola modelo e ideal de seguimiento.

San Vicente, como nosotros, tuvo que vérselas con las ideas de Jesús que manejaban sus contemporáneos y en un esfuerzo personal y original miró el evangelio y la realidad. De la Palabra se quedó con el Cristo que presenta Lucas en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-21) y la cristología descendente-ascendente de Pablo (Fil 2, 6-7); de la realidad recogió el mundo dolorido por la presencia escandalosa de la división entre ricos y pobres.

Desde esta doble experiencia respondió al interrogante que lanza Jesús a todo el que lo encuentra, a cada hombre y en cualquier época: Y vosotros, ¿quién decís que soy?. San Vicente contesta:

 Jesús, tú eres adorador del Padre

Con esta expresión descubre san Vicente el primer rasgo de la fisonomía del Cristo vicenciano: Jesús se encarna en la historia por voluntad del Padre y con la fuerza del Espíritu cumple la misión para la que fue enviado. Esto convierte a Jesús en adorador perfecto.

Nada del plan de salvación de Dios sobre los hombres tendría sentido sin el amor y este lo pone Jesús ¡Que no hacía nada sino por el amor que tenía a Dios Padre! (SVP IX, 38). Esto le convierte en modelo de amor a Dios y a los hombres.

Ser adorador del Padre significa para san Vicente que Jesús fue un fiel cumplidor de la voluntad de Dios (Cf. SVP IX, 468; XI, 79; IX, 168, 492, 734) y que su ser entero es un espíritu de perfecta caridad, lleno de una estima maravillosa a la divinidad y de un deseo infinito de honrarle dignamente, un conocimiento de las grandezas de su Padre para admirarlas y ensalzarlas incesantemente (SVP XI, 411).

Jesús, tú eres uno de nosotros
Para san Vicente el segundo rasgo de Jesús es su anonadamiento, su decisión de hacerse uno de tantos, a pesar de su condición divina: El Salvador se encarna por amor al Padre y a los hombres; Salvador mío, cuán grande es el amor que tenías a tu Padre. ¿Podía acaso tener un  amor más grande, hermanos míos, que anonadándose por él?" (SVP XI, 411).

El hecho de la encarnación introduce al Hijo en nuestra propia vida, en todo igual a nosotros menos en el pecado. Pero en Jesús, el ser hombre lo lleva hasta los límites de la integridad. Él es el hombre libre e íntegro, el hombre total, por lo que Nuestro Señor Jesucristo es el verdadero modelo y el cuadro invisible sobre el cual hemos de ir plasmando nuestras acciones (SVP XI, 129).

Si para nosotros la libertad es un don preciado, en Jesús se convierte en la nota característica de su actuar, pero llevada a extremos imposibles como la propia muerte aceptada como consecuencia de su misión y de la misma decisión de anonadarse.

Jesús, tú eres servidor de los hombres
El texto preferido por san Vicente, en el que Jesús hace de la opción por los pobre el distintivo de su misión, se encuentra en el Evangelio de Lucas: El espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los Pobres la buena noticia, para proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor (Lc 4, 18-19).

Lo original en la experiencia de Dios de san Vicente se encuentra en que la realización de la voluntad de Dios, por parte de Jesús, se identifica con la evangelización de los pobres. Para este cristiano profundamente evangélico, Cristo, en su misión de evangelizador de los Pobres, cristaliza el sentido de su pertenencia y entrega al Padre, de su amor compasivo y tierno a los hombres. 

El hijo de Dios vino a este mundo para evangelizar a los Pobres (SVP XI, 34); esta convicción está tan profundamente arraigada en el pensamiento y en la vida de san Vicente de Paúl que aparece con frecuencia en su correspondencia y en sus escritos (Cf. SVP XI, 56; 209; 323; 384; 295; 639; 725)

El contenido y la obligada concreción de estos textos vicencianos suponen trabajar, a costa de nuestros brazos y con el sudor de nuestra frente (SVP XI, 733), por la creación de un mundo fraternal donde se haga sitio a aquellos a los que la sociedad margina y excluye de su seno para manifestar a toda la humanidad la gran caridad de nuestro Señor para con los pobres.

La identificación de Cristo con los pobres

La imagen que el mismo Jesús ofrece de sí en los evangelios dista poco de la que ofrece San Vicente. Entonces, qué novedad introduce el vicencianismo en el ser cristiano. La respuesta está en la originalidad de un descubrimiento impensable en el siglo XVII: Los pobres tienen el honor de representar a los miembros de Jesucristo, que considera los servicios que se les hacen como hechos a él mismo (SVP IX, 74; cf. IX, 302).

De Dios tenemos un testimonio y una imagen en Jesús; y de él tenemos también su imagen, pues está presente, como si de un sacramento se tratase, en los desposeídos, en los necesitados, en los pobres.

Al servir a los pobres se sirve a Jesucristo... Servís a Cristo en la persona de los pobres. Y esto es tan verdad como que estamos aquí. Una hermana irá diez veces cada día a ver a los enfermos, y diez veces cada día encontrará en ellos a Dios... Hijas mías, ¡cuán admirable es esto! Vais a unas casas muy pobres, pero allí encontraréis a Dios (SVP IX, 240)

El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo (Mateo 13, 44) ... Trecientos noventa años después, ¿qué ha hecho la pequeña compañía con el tesoro que descubrió San Vicente, el que nos mostró a todos los vicencianos y que se condensa en la inequívoca identificación de Cristo con los hombre y mujeres, especialmente con los más pequeños y vulnerables? 

Felipe Manuel Nieto Fernández


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